Hubo un tiempo en el que las únicas explicaciones políticamente correctas de las diferencias mentales entre varones y mujeres eran culturales. Cualquier biólogo que se atreviese a sugerir en público que quizás la evolución había operado cambios y adaptaciones diferentes en cada sexo, y que éstas podrían traducirse en diferencias a nivel neurológico, se arriesgaba a un linchamiento público.
La situación hoy es la opuesta, la biología suele ser la primera instancia a la hora de explicar cualquier asunto relacionado con el sexo. En otras palabras, lo genético predomina sobre lo cultural. Pero la realidad es obstinada y nos recuerda que, si bien lo primero es importante, no nos podemos olvidar de la influencia del ambiente.
Un equipo de la Universidad de Toronto liderado por el doctor Ian Spence acaba de publicar un artículo en el que explica los resultados de un experimento en el que lo que se esperaba que fuera consecuencia del determinismo biológico, resultara no serlo en absoluto.
El experimento en cuestión trata de determinar la habilidad de la gente para detectar objetos inusuales en su campo de visión (del estilo de “Encuentra las 7 diferencias”). El éxito en las tareas espaciales como ésta difiere entre los sexos (los varones son mejores a la hora de recordar y localizar referencias generales; las mujeres son mejores a la hora de recordar y localizar comida), por lo que los experimentadores no se sorprendieron al encontrar diferencias entre los dos sexos en un ensayo consistente en identificar un objeto diferente colocado entre otros doce idénticos entre sí, que se mostraban al sujeto durante un breve espacio de tiempo. Los varones tuvieron un 68% de aciertos. Las mujeres un 55%.
Si lo hubieran dejado ahí, el Dr. Spence y sus colegas podrían habar concluido que habían descubierto otra diferencia evolutiva más entre varones y mujeres, la habrían explicado por medio de la división del trabajo en la sabana africana de nuestros antecesores, y se hubieran quedado tan panchos.
En vez de eso, les pidieron a algunos de sus voluntarios que se pasaran 10 horas jugando a “Medal of Honor: Paciffic Assault”, un videojuego de acción del estilo dispárale a lo que se mueva. Como control, el resto de voluntarios pasó al mismo tiempo jugando a “Ballance”, un rompecabezas. Después repitieron el ensayo.
Entre los que habían jugado a “Ballance”, no hubo cambio en la capacidad de detectar lo inusual. Entre los que jugaron a “Medal of Honor”, ambos sexos mejoraron sus resultados.
Esto no es sorprendente, habida cuenta de la diferente naturaleza de los juegos. Sin embargo, la mejora en las mujeres fue mayor que la de los varones; tanto, que ya no había una diferencia significativa entre mujeres y varones. No sólo eso, sino que la ausencia de diferencias significativas se mantuvo durante un período prolongado. Cuando los voluntarios volvieron a repetir el ensayo cinco meses después, tanto la mejora como la falta de diferencia entre los sexos se mantenían. Aunque es demasiado pronto para afirmarlo con rotundidad, parece probable que el cambio en agudeza espacial, y la eliminación de diferencias sexuales en esa agudeza, inducida por jugar a “Medal of Honor”, es permanente.
Esto tiene varias implicaciones. Una es que jugar a videojuegos violentos puede tener efectos beneficiosos. Otra es que los videojuegos pueden constituir un medio para mejorar rápidamente las habilidades espaciales de conductores o soldados, por ejemplo. Otra es que, aunque los genes son importantes, la crianza, la educación, también importa. Ahora bien, para decir cuánto, hace falta mucha más investigación. Cualquier explicación que se aventure ahora es como las leyendas de la sabana.
Ballance: http://www.ballance.org/
Original: Playing an Action Video Game Reduces Gender Differences in Spatial Cognition