Decíamos hace poco que el objetivo de la evolución no es la supervivencia sino la reproducción [ver “Asumiendo riesgos”, enlace abajo]. Dado que aquellos que no pueden procrear están, desde el punto de vista de la evolución, ya muertos, la selección natural usualmente no moldea cuerpos que sobrevivan a su propia fertilidad. Pero algunas veces lo hace. Y una de esas veces corresponde a los humanos, ya que las mujeres, que habitualmente dejan de ser fértiles a los cuarentaitantos, viven hasta los 70 u 80.
Parte de la explicación es que la mujer no ha terminado realmente su trabajo reproductivo hasta que su último hijo alcanza una edad en la que puede valerse por sí mismo. Esto puede llevar a la mujer promedio en una sociedad con libre acceso a los anticonceptivos hasta sus 60 años. Pero después de eso, algo ocurre claramente. Y dos artículos aparecidos la semana pasada sugieren qué puede ser. El primero de estos artículos, publicado por Shripad Tuljapurkar de la Universidad de Stanford y sus colegas, muestra que podría ser una consecuencia de la pauta universal según la cual los hombres más mayores se casan con mujeres más jóvenes. El segundo, publicado por Martin Fieder de la Universidad de Viena y Susanne Huber de la Universidad de Medicina Veterinaria de la misma ciudad, muestra que esta pauta universal es, desde el punto de vista evolutivo, la de más éxito entre las que la gente puede adoptar.
La observación de que las mujeres alcanzan el “muro de la muerte” después de que la menopausia las haya dejado infértiles se debe a Bill Hamilton, un biólogo evolutivo británico que lo afirmó en 1966. Claramente no lo hacen. Pero Hamilton no fue capaz de comprender porqué.
Desde entonces, lo que ha venido en llamarse la “hipótesis de la abuela” se ha hecho popular. Según esta hipótesis la muerte de la mujer se pospone porque puede realizar servicios para sus nietos similares a los que realizó para sus hijos. Esto es plausible. De hecho está apoyado por los hechos. Pero puede que no sea la única causa, y el Dr. Tuljapurkar ha venido a dar una explicación adicional puramente genética.
Al contrario que las mujeres, los hombres no ven cortada su fertilidad repentinamente. Vistos como un sexo aislado, entonces, no deberían afrontar el muro de la muerte. En vez de eso, se enfrentarían con la “pendiente de la muerte” que se eleva según su fertilidad cae. Pero hacen falta dos para procrear. Un hombre emparejado con una mujer estéril es, infidelidades aparte, evolutivamente tan irrelevante como si él mismo fuese estéril. Él, por lo tanto, también se enfrenta al muro.
Pero, y esto es crucial, como los hombres casi siempre se casan con mujeres más jóvenes que ellos mismos, la irrelevancia reproductiva les llega más tarde en la vida. No sólo eso, si vuelven a casarse pueden posponerla casi indefinidamente (caso del Dr. Iglesias Puga). Esto significa que mutaciones dañinas cuyos efectos aparecen a edad avanzada todavía pueden ser eliminadas, ya que un hombre maduro que posee una mutación dañina es menos probable que se reproduzca. Y como un gen que se hereda a través de las generaciones pasa la mitad del tiempo en las mujeres, éstas se benefician también de la eliminación. Por lo tanto no hay muro de la muerte para nadie.
La cuestión permanece, ¿por qué en las parejas humanas el hombre es casi siempre mayor? La explicación habitual viene a ser: los hombres prefieren mujeres que son jóvenes y por lo tanto máximamente fértiles, mientras que las mujeres prefieren hombres que han probado ser genéticamente aptos (al sobrevivir) y ser “buenos proveedores” (al acumular status y posesiones materiales). Ambas cosas toman su tiempo.
Si esta explicación es correcta, una consecuencia debería ser un incremento de la fecundidad relacionado con la diferencia de edad. Fieder y Huber han encontrado que esto es así.
Lo hicieron estudiando los registros de 11.000 suecos adultos. Compararon el número de hijos que un individuo tenía con la diferencia de edad entre él/ella y su pareja.
Entre aquellos que habían permanecido con una pareja durante sus vidas reproductivas, encontraron que el pico de hijos correspondía a mujeres cuyas parejas eran cuatro años mayores que ellas. Los hombres más fecundos eran aquellos con parejas seis años más jóvenes. Claramente, en términos evolutivos, la diferencia de edad es realmente buena para ambas partes.
Original (Tuljapurkar et al.) [PDF]: http://www.plos.org/press/pone-02-08-tuljapurkar.pdf
Original (Fieder/Huber): http://www.journals.royalsoc.ac.uk/content/85414mj102443333/
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