El estudio de las expresiones faciales se ha realizado habitualmente desde el punto de vista de la comunicación pero pocas veces se han analizado sus implicaciones fisiológicas o evolutivas.
La idea de que las expresiones faciales nos dan una ventaja para sobrevivir fue propuesta por primera vez por Charles Darwin. En 1872, 13 años después de que publicase “El origen de las especies”, Darwin escribió un libro menos conocido, “la expresión de las emociones en el hombre y los animales”. En él, indicaba que algunas expresiones humanas se dan independientemente de la cultura e incluso en otros animales. Citaba el grito sofocado con los ojos como platos como ejemplo. Darwin sugería que estas caras emocionales podrían tener una función biológica, como tener una buena visión de un enemigo.
La hipótesis de Darwin no se había intentado comprobar hasta hace poco, cuando el equipo de Adam Anderson y Joshua Susskind de la Universidad de Toronto decidió aplicar la tecnología actual a la idea centenaria. Los investigadores generaron por ordenador una clásica cara de miedo (ver imagen): una con las cejas levantadas, ojos como platos y aletas de la nariz ensanchadas. También imitaron una cara de asco: la nariz arrugada, el labio levantado y ojos estrechados tan familiares para el que haya olido huevos podridos. Asimismo crearon una cara de felicidad y otra de tristeza. El equipo les pidió a los voluntarios que imitasen estas caras mientras se tomaban mediciones de respiración y visión.
El equipo encontró que una expresión miedosa mejora la visión periférica, acelera el movimiento ocular y aumenta el flujo de aire, permitiendo potencialmente a una persona percibir el peligro y responder a él más rápidamente. La cara de disgusto tiene el efecto contrario, limitando la visión y disminuyendo el flujo de aire, ostensiblemente para mantener fuera las substancias que pueden ser perjudiciales para los ojos o los pulmones.
Este estudio es de esos cuyos resultados parecen una obviedad, pero lo cierto es que nadie hasta ahora había demostrado que una expresión de terror pudo haber salvado más de una vez a nuestros antepasados.
El original se publicará en Nature Neuroscience con el título “Expressing fear enhances sensory acquisition” por Joshua M Susskind, Daniel H Lee, André Cusi, Roman Feiman, Wojtek Grabski, y Adam K Anderson.
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