Durante años, los genes han sido considerados como la única forma en la que los rasgos biológicos podían pasarse a las siguientes generaciones de un organismo. Ya no.
Cada vez más los biólogos están encontrando que variaciones adquiridas durante la vida de un organismo pueden, en algunas ocasiones, pasarse a la descendencia: un fenómeno conocido como herencia epigenética. Un artículo en el próximo número de junio de The Quaterly Review of Biology enumera más de 100 casos bien documentados de herencia epigenética, y sugiere que la herencia no basada en el ADN ocurre mucho más a menudo de lo que los científicos pensaban antes.
Los biólogos han sospechado durante años que algo de herencia epigenética tiene lugar a nivel celular. Las diferentes clases de células en nuestro cuerpo nos dan un ejemplo. Las células de la piel y las del cerebro tienen diferentes formas y funciones a pesar de tener exactamente el mismo ADN. Debe haber mecanismos, distintos al ADN, que se aseguran que una célula de la piel sigue siendo una célula de la piel cuando se divide.
Sin embargo, sólo recientemente se ha empezado a encontrar evidencia molecular de herencia no basada en ADN tanto entre organismos como entre células. La pregunta importante es: ¿con qué frecuencia ocurre?
En el artículo de Eva Jablonka y Gal Raz de
Por ejemplo, Jablonka y Raz citan un estudio en el que se recoge que, cuando las moscas de la fruta se exponen a ciertos compuestos químicos, al menos 13 generaciones nacen con protuberancias hirsutas sobre los ojos. Otro estudio encontró que la exposición de una rata embarazada a una sustancia química que altera las hormonas de la reproducción conduce a generaciones de descendientes enfermos. Otro estudio más muestra tasas más altas de enfermedades coronarias y diabetes en los hijos y nietos de personas mal nutridas durante la adolescencia.
En estos casos, como en el resto de casos que citan Jablonka y Raz, la fuente de la variación en las subsiguientes generaciones no fue el ADN. Los nuevos rasgos se transmitieron por medios epigenéticos.
Las nuevas pruebas en favor de la herencia epigenética tienen profundas implicaciones para el estudio de la evolución.
Esto es una especie de rehabilitación del naturalista del siglo XVIII Jean Baptiste Lamarck. Lamarck, cuyos escritos sobre la evolución fueron anteriores a los de Darwin, creía que la evolución estaba impulsada en parte por la herencia de los rasgos adquiridos. Su ejemplo clásico fue la jirafa. Los ancestros de la jirafa, conjeturaba Lamarck, estiraban sus cuellos para masticar las hojas que estaban más altas en los árboles. El estiramiento hacía que sus cuellos se volviesen ligeramente más largos, un rasgo que se pasaba a los descendientes. Generación tras generación heredaba cuellos ligeramente más largos, y el resultado es la jirafa actual.
Con el descubrimiento de la genética mendeliana y el posterior del ADN, las ideas de Lamarck fueron desechadas por completo. La investigación en epigenética, aunque todavía tiene que encontrar algo tan espectacular como las jirafas de Lamarck, sí sugiere que Lamarck no estaba tan equivocado, después de todo.
Más información:
Eva Jablonka y Gal Raz, "Transgenerational Epigenetic Inheritance: Prevalence, Mechanisms, and Implications for the Study of Heredity and Evolution"; The Quarterly Review of Biology, June 2009, vol. 84, no. 2; DOI: 10.1086/598822
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