En la historia de la vida, el período edacárico se caracteriza por una enigmática colección de fósiles macroscópicos que registran la aparición de animales que tomaron la forma de discos, bolsas, o láminas. Simultáneamente, aparecen en el registro geológico microfósiles muy decorados de un tamaño inusual (más de 100 micras). Al igual que sus hermanos macro, el origen de estos microfósiles ha sido un misterio.
Usando un proceso de eliminación, Cohen et al. argumentan que estos microfósiles son en realidad quistes. Un quiste es un estadío en el ciclo de vida de algunos protozoarios y otros protistas, de animación suspendida. Es la forma de protección del organismo, en el que se recubre por una cubierta resistente tanto a factores físicos como químicos y permanece inmóvil e inactivo hasta que se dan de nuevo las condiciones favorables para su supervivencia.
¿De qué son quistes? Su gran tamaño y contenido lipídico diferente indican que no son dinoflagelados. De igual manera, no pueden ser restos de algas prasinofitas por el tamaño y sus superficies espinosas. Los microfósiles presentan paredes externas complejas y en capas diferentes a las de varias formas de algas modernas pero similares a los quistes de la diapausa de las artemias, pequeños crustáceos, que habitan en aguas salobres y que llevan en la tierra desde antes de la época de los dinosaurios.
El enquistamiento pudo haber sido la respuesta para mantener la vida en los potencialmente letales mares sin oxígeno de buena parte del período edacárico. Esta idea se ve reforzada por la desaparición de los microfósiles más o menos hace 560 millones de años, un período que corresponde a la oxigenación del lecho marino. Por lo tanto, en vez de registrar la desaparición de la vida, la ausencia de estos microfósiles indicaría su renacimiento.
Más información: Proc. Natl. Acad. Sci. U.S.A. 106, 6519 (2009).
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