Alrededor del 10% de todas las parejas que quieren tener un hijo tienen problemas de fertilidad. Esta es una tasa altísima; se supone que a estas alturas la evolución nos debería haber convertido en máquinas reproductoras de una eficiencia mucho mayor. ¿Qué ocurre? Los ambientalistas dicen que es culpa de la polución, los psiquiatras por su parte lo achacan a los estilos de vida tan estresantes que llevamos. ¿Y enfocando el problema desde un punto de vista puramente biológico? Combinando datos empíricos y un modelo matemático, Oren Hasson y Lewi Stone de
A lo largo de miles de años de evolución, los cuerpos de las mujeres han forzado al esperma a hacerse más competitivo, recompensando al “superespermatozoide” (los nadadores más fuertes y rápidos) con la penetración del óvulo. En respuesta, los hombres están sobreproduciendo estos espermatozoides agresivos, produciendo muchas docenas de millones de ellos para incrementar las probabilidades de una fertilización con éxito.
Estas estrategias evolutivas nos dan un ejemplo de la ley de consecuencias no intencionadas. Estas consecuencias no deseadas tienen mucho que ver con el tiempo. El primer espermatozoide que es capaz de llegar al óvulo y unirse a él dispara una serie de respuestas bioquímicas para bloquear el resto de espermatozoides e impedir que entren. Este bloqueo es necesario porque un segundo espermatozoide que penetrase mataría al óvulo ya fecundado. Sin embargo, en solamente los pocos minutos necesarios para que el bloqueo sea completo, más superespermatozoides son capaces de llegar al óvulo, poniendo fin a una fertilización recién comenzada.
Los cuerpos de las mujeres también han desarrollado defensas para esta situación, conocida como poliespermia. Para evitar estas consecuencias los cuerpos de las mujeres se han convertido en barreras contra los espermatozoides, barreras terribles. Expulsan, diluyen, desvían y matan espermatozoides de tal manera que uno sólo es capaz de llegar a las proximidades de un óvulo viable en el momento justo.
Cada pequeña mejora en la eficiencia de los espermatozoides, se encuentra con una mejora equivalente del sistema reproductor femenino: una carrera armamentística en toda regla que ocurre en todo el reino animal.
Si, a este cuadro, añadimos la mayor sensibilidad de los espermatozoides al estrés ambiental producido por los estilos de vida ansiosos o los contaminantes, tenemos todos los ingredientes que explican las tasas de infertilidad observadas hoy día.
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