Un estudio publicado en Nature por un equipo internacional dirigido por Manuel Carreiras de
El lenguaje hablado es una capacidad característica de los humanos que evolucionó en algún momento de los seis millones de años que han transcurrido desde que nos separamos evolutivamente de los chimpancés. Incluso sin que se les enseñe, o sin tener adultos a los que imitar, los niños desarrollan sistemas lingüísticos sofisticados. Por el contrario, leer es una habilidad aprendida que no se aprehende sin una enseñanza y una práctica intensivas.
Comprender cómo cambia el cerebro cuando se aprende a leer no es tarea fácil. La mayor parte de las personas aprende a leer siendo niños, a la vez que aprende muchas otras habilidades. Separar esos cambios causados por la lectura de los causados por el aprendizaje de las habilidades sociales, o de cómo jugar al fútbol, es casi imposible. El estudio de los que aprenden de adultos también es complicado porque en la mayor parte de las sociedades cultas el analfabetismo total adulto es resultado de dificultades de aprendizaje o de problemas de salud.
Es fácilmente comprensible, pues, que el equipo aprovechase una oportunidad única: grupos de guerrilleros colombianos que, como parte de su programa de reintegración a la sociedad, asistieron a cursos de alfabetización, algunos para aprender a leer por primera vez en su vida.
Los investigadores examinaron imágenes de escáneres por resonancia magnética (MRI, por sus siglas en inglés) de los cerebros de 20 guerrilleros que habían completado un programa de alfabetización de adultos en español. Compararon estas imágenes con los de otros 22 guerrilleros adultos, similares en edad y capacidades mentales, antes de comenzar el mismo programa de alfabetización.
Los resultados muestran que en aquellos participantes que habían aprendido a leer, la densidad de la materia gris (donde se hace el “procesamiento”) era mayor en cinco áreas del cerebro. Estas áreas son responsables de reconocer las formas de las letras y de traducir las letras en los sonidos del discurso y su significado. La lectura también incrementó la fuerza de las conexiones de la materia blanca entre las distintas regiones de procesamiento.
Usando una técnica llamada imágenes por tensor de difusión (una variante de
El aprender a leer implica reforzar estas conexiones. Los investigadores llegaron a esta conclusión tras comparar la actividad cerebral de 20 adultos (que sabían leer) cuando leían nombres de varios objetos y cuando nombraban cosas a partir de fotografías. El estudio mostró que leer, comparado con simplemente nombrar, implicaba conexiones más fuertes entre las cinco áreas de materia gris identificadas previamente, particularmente el giro dorsal occipital (implicado en el procesamiento de imágenes) y el giro supramarginal (implicado en el procesamiento de los sonidos)
Las conexiones que parten y llegan al giro angular demostraron ser especialmente importantes. Desde hace más de 150 años se sabe que esta región del cerebro es importante para la lectura, pero esta investigación muestra que su papel era distinto del que se creía.
Anteriormente, se pensaba que el giro angular reconocía las formas de las palabras antes de encontrar sus sonidos y significados. El equipo de Carreiras ha demostrado que el giro angular no está implicado en traducir las palabras escritas en sus sonidos y significados. En vez de eso, apoyaría este proceso suministrando predicciones de lo que el cerebro espera ver.
Estos hallazgos es probable que resulten útiles para los investigadores que tratan de entender la dislexia. Varios estudios de la dislexia indican que existen zonas con materias gris y blanca reducidas y estas zonas están localizadas en regiones que crecen tras aprender a leer. Este estudio sugiere, por tanto, que algunas de las diferencias vistas en la dislexia podrían ser una consecuencia de dificultades lectoras más que la causa.
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