¿Has mirado con detalle la imagen escheriana que abre este artículo? ¿Cómo te has sentido nada más verla? Es posible que un poco desorientado, habrá incluso alguien que haya sentido un breve escalofrío. Esta sensación, que Kierkegaard llamó la “sensación del absurdo” y que Freud relacionó con el miedo a la muerte, aparece cuando nos enfrentamos a algo que viola toda lógica y aparece contra toda expectativa. Ahora un estudio sugiere que, paradójicamente, esta misma sensación podría preparar el cerebro para percibir pautas que normalmente no percibiría, ya sea en ecuaciones matemáticas, en el lenguaje, o en el mundo en su conjunto. El trabajo de investigación ha sido publicado en Psychological Science por Travis Proulx, de
Se sabe desde hace tiempo que las personas nos aferramos a nuestros prejuicios con más fuerza cuando nos sentimos amenazados. Varios estudios han puesto de manifiesto que, tras pensar sobre la inevitabilidad de la propia muerte, la gente se vuelve más nacionalista, más religiosa y menos tolerante con los extraños; que cuando insultan a sus amigos las personas hacen públicas declaraciones de lealtad hacia ellos; que cuando se les dice que han obtenido un mal resultado en un test de cultura general se identifican aún más con su equipo (ganador) favorito.
En una serie de artículos Proulx y Heine argumentan que todos estos comportamientos no son más que variaciones de un mismo proceso: el mantenimiento del significado o, por llamarlo con una sola palabra, coherencia. El cerebro evolucionó para predecir, y lo hace identificando pautas.
Cuando esas pautas se rompen (como en la imagen de arriba) el cerebro busca a tientas algo, lo que sea, que tenga sentido. La urgencia por encontrar una pauta coherente hace que sea más probable que el cerebro encuentre una. Veamos un ejemplo.
Imaginemos un excursionista que está atravesando un bosque espeso, sin caminos, alejado de la civilización decenas de kilómetros, cuando, en mitad de un claro se encuentra un sillón de cuero rojo en perfecto estado. Tras la sorpresa inicial que lleva asociada la “sensación de absurdo”, su primera reacción puede que sea volverse hacia dentro y centrarse en un ritual familiar, como la comprobación de su equipo. Pero también puede dirigir su atención hacia fuera y darse cuenta, por ejemplo, de una pauta en las huellas de animales que hasta ese momento había permanecido oculta.
En el último artículo de la serie, Proulx y Heine describen cómo hicieron que 20 estudiantes universitarios leyesen un relato corto de Kafka llamado “El médico rural”. El médico del título acude a una casa porque un niño tiene un dolor de muelas terrible. Una vez que llega a la casa se da cuenta de que el niño no tiene dientes. Los caballos que han tirado de su carruaje empiezan a dar guerra; la familia del niño se enfada; entonces el médico descubre que el niño sí tiene dientes después de todo...y así sigue. La historia es vívida, urgente, absurda: kafkiana.
Tras la historia, los estudiantes estudiaron un conjunto de 45 series de
Este test es una medida estandarizada de lo que los investigadores llaman aprendizaje implícito: el conocimiento que se adquiere sin que nos demos cuenta. Los estudiantes no tenían ni idea de qué pautas su cerebro estaba percibiendo o de lo bien o mal que lo estaban haciendo.
Pero realmente lo hicieron bien. Eligieron un 30% más de series de letras y tuvieron casi el doble de acierto en sus elecciones, que un grupo de control que había leído una historia coherente.
Según los autores, el hecho de que el grupo que leyó la historia absurda identificase más series de letras sugiere que estaba más motivado para buscar pautas que el otro. Y el hecho de que tuviesen más acierto significaría que están percibiendo nuevas pautas que no serían normalmente percibidas.
Dos puntualizaciones se nos antojan oportunas. La primera, nadie sabe si la exposición a lo absurdo puede ayudar con el conocimiento explícito, como memorizar el derecho romano. La segunda, la “sensación del absurdo” puede hacer que determinadas personas vean pautas donde no las hay, lo que las haría más inclinadas a formular teorías conspiratorias, por ejemplo. El ansia por el orden se satisface a sí misma, por lo que parece, independientemente de la calidad de las pruebas.
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