Philipp Eduard Anton von Lénárd ganó el premio Nobel de física de 1905 por sus trabajos con los rayos catódicos, pero hoy día se le recuerda más por su actividad política que por su ciencia. Se afilió al Partido Nazi en 1924 y se convirtió en un rabioso portavoz en contra de Einstein. Llegó a ser asesor de Hitler y jefe de la física aria.
Lénárd comenzó su carrera estudiando los rayos catódicos, haces de electrones que viajan por un tubo de vacío en el que hay dos electrodos metálicos entre los que hay una diferencia de potencial (se llaman catódicos porque son emitidos por el electrodo negativo, el cátodo). El electrón había sido descubierto en 1897 por J.J. Thomson, y mucha de la investigación de Lénárd se centraba en intentar comprender la naturaleza de la electricidad. En 1899 Lénárd probó que los rayos catódicos se creaban también cuando la luz incidía sobre superficies metálicas, y pudo comprobar que la presencia de campos eléctricos y magnéticos afectaba a los rayos. No estaba nada claro cómo la luz y el metal podían producir electrones, o por qué se ralentizaban o cambiaban de dirección por la acción de distintos campos. Los mecanismos no se comprendieron hasta 1905, cuando Einstein publicó su artículo sobre el efecto fotoeléctrico: el concepto de que los cuantos de luz arrancaban electrones individuales del metal. Por tanto, los primeros trabajos de Lénárd están indisolublemente unidos al nombre de Einstein.
Al principio esto unió a los dos científicos. Einstein y Lénárd se escribieron cartas el uno al otro para seguir sus respectivas investigaciones en las que mostraban gran admiración el uno por el otro. En una carta Einstein llamaba a Lénárd “gran maestro” y un “genio”. Lénárd, a su vez, hizo campaña para nombrar a Einstein profesor en Heidelberg y lo describió una vez como un “pensador profundo y trascendental”. Pero su relación cambió radicalmente en cinco años.
La creciente aversión (puede que odio) hacia Einstein parece que surgió de una combinación de factores. Por un lado, Lénárd despreciaba la teoría de la relatividad de Einstein. Se aferraba a la teoría del éter, la idea de que había una sustancia física que llenaba el vacío del espacio. Einstein pensaba que la teoría del éter había sido desacreditada hacía ya bastante tiempo. De hecho la teoría de la relatividad parte de la base de que no hay éter. Einstein, además, no era tímido a la hora de expresar sus opiniones: en 1919 Lénárd dio una conferencia defendiendo el éter que Einstein describió como infantil.
En 1917, Lénárd afirmó que aceptaba la teoría especial de la relatividad pero sólo una parte de la teoría general (en poco tiempo cambiaría de nuevo de opinión con respecto a la especial). Ambos físicos se enfrentaron en una serie de publicaciones: Lénárd atacando la relatividad general y Einstein defendiéndola. Estas publicaciones se volvieron cada vez más personales debido, muy probablemente, a dos razones: simples celos (Einstein se había hecho un nombre, entre otras cosas, mejorando de forma notable un trabajo comenzado por Lénárd) y antisemitismo.
Lénárd no obtuvo oficialmente su carné del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (Partido Nazi) hasta 1924, mucho antes de que fuese políticamente necesario o popular, pero años antes ya se identificaba con las posiciones antisemitas de éste. Empezó a hablar en contra de los científicos judíos en general, y de Einstein y Max Born en particular. Sus afirmaciones eran del siguiente tenor: “el judío carece notablemente de comprensión de la verdad, a diferencia del investigador ario con su seria y cuidadosa voluntad de verdad”. Lénárd fundó un grupo llamado
A la conferencia impartida el 24 de agosto de 1919 por este grupo asistió el propio Einstein y se le vio riéndose para sí mismo en su silla, a pesar de los epítetos iracundos que se le lanzaban. La aparente indiferencia era sólo eso, apariencia: Einstein respondió al grupo en una carta abierta publicada en el periódico Berliner Tageblatt. La carta no fue el trabajo más elocuente de Einstein. De hecho da de él una imagen vulgar y de estar a la defensiva no sólo cuando habla de su teoría sino también cuando acusa a Lénárd de ser un físico teórico de segunda categoría y, por añadidura, superficial.
Que Einstein merecía el premio Nobel estaba claro, por lo menos, desde 1910. Lénárd tiene el dudoso honor de haber sido el que movió los hilos, a base de influencias, tergiversaciones, restando importancia y reclamando la falta de pruebas, para crear tal confusión que el comité Nobel no se decidió a conceder el premio hasta que las posiciones quedaron claramente definidas. Y aún así, no se atrevió a concederlo por la relatividad, sino por el efecto fotoeléctrico.
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