Cuando la idea de buscar señales de radio provenientes del espacio exterior como método para encontrar inteligencia extraterrestre comenzó hace 50 años, parecía una buena idea. Hoy día los avances de la civilización humana hacen ver que la idea era buena pero muy limitada. Richard Carrigan, del Fermilab, explora en un artículo de arXiv qué alternativas hay. Una de ella es la búsqueda de esferas de Dyson.
En las montañas Cascade de California (EE.UU.), al norte del pico Lassen, hay astrónomos buscando extraterrestres. El Allen Telescope Array (pagado en su mayor parte por Paul Allen, cofundador de Microsoft) consiste en 42 antenas parabólicas, cada una con un diámetro de 6 metros, esparcidas por el campo. Cuando el despliegue esté completo tendrá 350 antenas que, actuando de forma coordinada, tendrán la misma potencia que un instrumento de 700 metros de diámetro.
El telescopio Allen está buscando extraterrestres a la manera tradicional: buscando señales de radio que o bien hayan sido enviadas de forma deliberada, o bien que se hayan escapado al espacio de forma accidental, como les ha pasado a las emitidas por los humanos. La búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI, por sus siglas en inglés), es una idea que tiene 50 años. Se ha avanzado mucho en la localización de planetas con posibilidades de albergar vida, pero también se han analizado con detenimiento las emisiones de radio de alrededor de 1000 sistemas estelares. El Allen incrementará el número a 1 millón en una década.
Este es un número impresionante pero hay quien piensa que es un enfoque equivocado. Paul Davies (Universidad del Estado de Arizona, EE.UU.) ha señalado que las comunicaciones en las que se emplean emisiones de radio generalizadas pueden ser un fenómeno restringido a una ventana temporal muy corta en la historia de la Tierra. Efectivamente, los humanos cada vez usan más la fibra óptica para comunicarse. No sólo eso, muchos dispositivos de radio actuales (como los teléfonos móviles) se basan en una técnica llamada cifrado de espectro disperso, que usa señales que se parecen al ruido de fondo, excepto, evidentemente, para los receptores con el código correcto para interpretarlo. Los humanos inventaron esta tecnología 100 años después de inventar la transmisión por radio, por lo que no es descabellado pensar que los extraterrestres hayan hecho otro tanto. Las señales de radio de origen claramente artificial pueden ser, por tanto, sólo un signo transitorio de civilización. Habría pues que ampliar la búsqueda basándose en indicios diferentes.
En un artículo publicado en arXiv, Richard Carrigan, del Laboratorio Nacional Fermi (EE.UU.), estudia algunas sugerencias. Su primera idea es buscar “polución” en las atmósferas de planetas con posibilidades. Esta es una ampliación de la idea de buscar signos de vida en las atmósferas. Así, por ejemplo, si una civilización extraterrestre apuntase con un espectroscopio a la Tierra se daría cuenta de que pasa algo raro. Detectaría que la atmósfera de este planeta contiene un 21% de oxígeno, uno de los elementos más reactivos de la tabla periódica, lo que sugiere que debe haber un mecanismo que lo regenera (como efectivamente lo hay, la fotosíntesis).
Carrigan afirma que, además del oxígeno, deberían buscarse moléculas como los clorofluorocarbonos, que serían signos inequívocos de tecnología, ya que no son producidos por ningún proceso natural. Aunque si los CFC son tan dañinos para ese planeta como lo son para la Tierra, también sería una tecnología transitoria.
En vez de buscar los primeros signos de industrialización quizás lo que se debería hacer es dejar vía libre a la imaginación y preguntarnos cómo podría la tecnología transformar un sistema solar si tuviese decenas o centenares de miles de años para actuar. Este es el territorio de la ciencia ficción, pero la mejor ciencia ficción está basada en la realidad.
Una de estas ideas que ha atraído la atención de los escritores de ciencia ficción es la de Freeman Dyson de que las especies verdaderamente avanzadas tecnológicamente intentarán captar toda la energía posible construyendo una cubierta esférica alrededor de su estrella central. Estas esferas de Dyson, si existen, re-irradiarían parte de la energía capturada (la parte que la civilización no ha consumido) en forma de calor, es decir, en forma de radiación infrarroja.
Esta radiación puede ser detectada, aunque las esferas de Dyson serían difíciles de distinguir de objetos astronómicos naturales con una firma similar. El nacimiento y la muerte de las estrellas, por ejemplo, están asociados a nubes de polvo pesado que emite una señal infrarroja que podría parecerse al enjambre de satélites que constituyen la esfera de Dyson.
Hasta ahora pocos astrónomos han buscado esferas de Dyson, y ninguno ha tenido éxito. Pero Carrigan sigue pensando que merece la pena. Ha estado catalogando posibles candidatos a partir del Satélite Astronómico Infrarrojo, una colaboración entre Estados Unidos, el Reino Unido y Holanda que llevó a cabo el primer rastreo completo del cielo en longitudes de onda infrarrojas y que localizó cientos de miles de fuentes. En su página web ofrece consejos a arqueólogos interestelares aficionados que deseen buscar esferas de Dyson. Está prevista que se lleve a cabo una investigación de señales SETI de los 13 “candidatos a esferas de Dyson menos inverosímiles” usando el telescopio Allen.
Como es evidente, cualquier civilización que haya sido capaz de construir una esfera de Dyson ha tenido que existir durante mucho tiempo. Y en todo este tiempo su estrella ha podido empezar a cambiar de forma muy desagradable, expandiéndose para formar una gigante roja. Otra señal de tecnología avanzada sería un intento de ralentizar este proceso. Las gigantes rojas se crean cuando una estrella consume su suministro de hidrógeno en el núcleo, con el resultado de que la capa más interior se contrae y las capas externas se expanden, formando una estrella más roja y mucho más grande. Si las capas más externas pudiesen mezclarse con el núcleo eso desaceleraría el proceso. Y, cabe suponer, una civilización suficientemente avanzada intentaría hacerlo si pudiera.
Sin embargo, una estrella así tendría un aspecto raro. Sería más azul de lo que debería ser y sería de un tipo conocido para los astrónomos como “azul rezagado”. También en este caso existen causas naturales para su formación. El universo, sin embargo, es un lugar muy antiguo, por lo que muchas civilizaciones pueden ser realmente muy antiguas. Quizás, pues, sea una señal como esta, de una civilización con millones de años de antigüedad, la que se termine por descubrir, más que la de alguna que esté empezando y ni siquiera tenga sus ondas de radio bajo control.
[Este artículo está dedicado a las, para mi sorpresa, muchas personas que se han interesado por este blog y por un servidor en los últimos cuatro meses, en especial a Mauricio Zapata. Además es la contribución de Experientia docet a la VI Edición del Carnaval de la Física].
Referencia:
Richard A. Carrigan Jr (2010). Starry Messages: Searching for Signatures of Interstellar Archaeology n/a arXiv: 1001.5455v1