Supongamos que realmente admiras a alguien. Has oído cosas maravillosas de su inteligencia, su talento, su capacidad para cambiar las cosas. Y entonces vas a una intervención pública suya, y tienes esta experiencia extraña. Su voz se mete en tu cabeza; escalofríos recorren tu espalda; te sorprendes asintiendo a todo lo que dice. Cuando finalmente deja de hablar y el aplauso se apaga, sales finalmente del trance. Parece como si su carisma hubiese tenido un profundo efecto sobre ti.
Pero, ¿realmente es así? En un estudio [1] publicado en Social Cognitive and Affective Neuroscience se concluye que es exactamente al contrario.
El experimento en sí no puede ser más simple. Se reclutaron a 36 participantes, la mitad de los cuales se identificaban como cristianos muy religiosos (la mayoría pertenecientes al movimiento pentecostal, que cree en los carismas como el don de lenguas o la capacidad de sanación) y la otra mitad como no creyentes. Los participantes religiosos no sólo creían en el dios cristiano, sino que rezaban frecuentemente, creían en el poder curativo de la oración, así como en la existencia de individuos a los que su dios concede poderes sanadores especiales. Los no creyentes no creían, obviamente, en nada de esto.
Al comienzo del experimento a los sujetos se les había dicho de que lo que se estaba estudiando los efectos sobre el cerebro de la oración de intercesión (un tipo de oración en la que el que ora se dirige a su dios a favor de otra persona). A continuación, cada uno escuchó 18 oraciones diferentes leídas por tres locutores masculinos (como condición de control, los participantes también escucharon las grabaciones de textos no religiosos pero con estructura similar a las oraciones).
Antes de cada oración de 30 segundos, a los participantes se les dijo que la persona que estaban a punto de escuchar era o un no creyente, o un cristiano ordinario o un cristiano famoso por sus poderes de sanación. Lo cierto era que los tres locutores eran cristianos “normales”.
Mientras escuchaban, los sujetos eran sometidos a escáneres por resonancia magnética funcional (fMRI). Estos escáneres muestran un mapa de la actividad e inactividad en el cerebro, basándose en cuanta sangre y oxígeno suministran las células glías que los rodean a determinados grupos de neuronas.
Entre los no creyentes no había diferencia significativa en la actividad cerebral fuese cual fuese el tipo de grabación que escuchasen o el locutor. Entre las personas religiosas la cosa era diferente.
En las personas religiosas el contraste entre los escáneres cuando escuchaban a personas que ellos creían no creyentes y los obtenidos cuando el que creían que hablaba era un creyente con poderes curativos era muy acusado. Esta diferencia era especialmente llamativa en el córtex prefrontal dorsolateral, el córtex prefrontal medial, la unión tempo-parietal, el córtex temporal inferior y la región orbitofrontal lateral.
¿En qué consistían estas diferencias? Básicamente descensos en la respuesta de los niveles de sangre y oxígeno. En otras palabras, cuando los sujetos se suponía que estaban escuchando las palabras de un cristiano con poderes curativos había una actividad mucho más baja en las áreas del cerebro mencionadas. Los sujetos religiosos después calificaron a estos locutores como poseedores de un alto nivel de carisma, así como que fueron los que consiguieron que sintiesen la presencia de su dios más intensamente.
Habrá quien diga que las pruebas de fMRI no son siempre precisas, y el escepticismo nunca está de más. Pero también es necesario señalar que los investigadores afirman que las diferencias son enormes (“massive”).
¿Y todo esto qué significa? Los mayores descensos en la actividad se producen en las zonas del cerebro llamadas red ejecutiva frontal y red cognitiva social. La primera es la que se encarga de la organización de alto nivel, la evaluación y el análisis de la información. La segunda es esencial a la hora de percibir y comprender las intenciones y sentimientos de los demás. En definitiva, que hay razones para pensar que cuando los sujetos religiosos escuchaban a alguien que ellos percibían como carismático (aunque el locutor no hiciese ningún esfuerzo especial en aparecer especialmente persuasivo) de hecho desconectaban las partes de sus cerebros responsables de juzgar lo que oían.
Lo más fascinante de todo es que se encuentra una respuesta similar en las personas hipnotizadas. [2] [3]
Puede que si eres ateo te estés sonriendo por dentro pensando en lo “ingenua” que parece ser la gente religiosa. Pero no hay que alegrarse tanto todavía. Lo que se ha demostrado experimentalmente en este estudio de verdad es cómo nuestras expectativas acerca del carisma (o autoridad, o simplemente ser “especial”) de otra persona pueden modificar la capacidad del cerebro para procesar y juzgar la información de entrada. Y todos estamos sujetos a esas expectativas frente a los estereotipos de autoridad o preeminencia: médicos, jueces, profesores, policías, etc…Y lo más grave es que esta sujeción no es sólo para asimilar y creer la información que nos dan, también para obedecer hasta extremos increíbles [4].
Referencias:
[1]
Schjoedt, U., Stodkilde-Jorgensen, H., Geertz, A., Lund, T., & Roepstorff, A. (2010). The power of charisma--perceived charisma inhibits the frontal executive network of believers in intercessory prayer Social Cognitive and Affective Neuroscience DOI: 10.1093/scan/nsq023
1 comentario:
Excelente artículo. No conocía tu blog pero da por hecho que seré un fiel lector.
Soy fisioterapeuta, y precisamente llevo dando vueltas desde hace unos días a este asunto, despues de recibir a una paciente tras una cirugía de la columna cervical, con una evolución bastante compleja.
Esperaba una sesión de tratamiento dura, con escepticismo y resistencia por parte de la paciente al contarle el plan y nuestros objetivos (porque son muchos años y ya se como reaccionan la mayoría). Bueno, pues todo lo contrario, fue un auténtico placer trabajar así.
Y la clave era, como en otras ocasiones "me habían hablado muy bien de tí". Porque una cosa es que colaboren, pero que haya una reducción tan drástica de la ansiedad, y por tanto del dolor, es algo que aunque conozco (la neurobiología del dolor es lo que más me interesa), siempre me ha intrigado el tema de las espectativas y los prejuicios, y con este artículo has dado justo en el blanco.
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