La invitación inicial a cenar en
En 1930 se había fundado el Instituto de Estudios Avanzados en Princeton, del que se había hecho cargo su primer director, Abraham Flexner. Contratar a Einstein había sido una maniobra genial (y de suerte) por parte de Flexner, y una que algunas veces el valoró con satisfacción y otras con arrepentimiento. Einstein, el científico más famoso del mundo, le proporcionó al recién fundado Instituto prestigio inmediato, esta era la parte buena para Flexner. Pero Einstein era también el judío vivo más famoso, y esto era malo o, al menos, preocupante para Flexner, él mismo judío. Cuando Albert y Elsa Einstein llegaron al puerto de Nueva York el 17 de octubre de 1933, recibieron una nota de Flexner antes de desembarcar. Decía: “Hay bandas organizadas de nazis irresponsables en este país [...] su seguridad en Estados Unidos depende del silencio y de abstenerse de aparecer en actos públicos”. Flexner había sido advertido por el subsecretario de estado Phillipps de que Einstein debía mantener un perfil bajo, pero Einstein sospechaba que lo que estaba en juego no era tanto su seguridad como la tranquilidad de Flexner.
Flexner abría todo el correo que llegaba al Instituto para Einstein. Fue Flexner el que telefoneó al secretario de prensa de
El encuentro entre los Einstein y los Roosevelt es evidente que fue agradable. Sin embargo, ninguna de las partes comentó demasiado qué había sucedido o de qué se había tratado. Eleanor Roosevelt escribiría a una amiga: “los Einstein llegaron [...] y son únicos, tan alemanes y tan sencillos con muchas sabias y delicadas cualidades alemanas”. Parece ser, por un comentario posterior que habría hecho Elsa, que Roosevelt propuso a Einstein que aceptara una ciudadanía honorífica, tal y como proponían dos miembros del Congreso, pero Einstein habría declinado el trato especial. Einstein sí parece que llegó a conectar a nivel personal con Roosevelt pues, según su amiga Frieda Bucky, habría dicho: “Lamento que Roosevelt sea presidente, de otro modo le visitaría a menudo”.
Si bien este encuentro no tuvo demasiadas consecuencias, el siguiente contacto de Einstein con Roosevelt puso al físico a la vanguardia de la era atómica. Los descubrimientos realizados en 1938 tenían a los físicos alborotados con las posibilidades que podía tener el estudio del uranio. Algunos comentarios de científicos alemanes a sus colegas americanos sobre las nuevas técnicas para romper átomos de uranio y emplear la enorme energía que se liberaría, alarmaban a los que estaban preocupados con la posibilidad de que
Años después, en 1942, con Estados Unidos en guerra tras el ataque japonés a Pearl Harbour en diciembre de 1941, se puso en marcha el proyecto Manhattan, que terminaría con la construcción y detonación de la primera bomba atómica. Aquella carta fue la única contribución, indirecta, al proyecto por parte de Einstein. Su pacifismo y sus “sentimientos filocomunistas” impidieron que el F.B.I. emitiese la autorización para que se le invitase a participar plenamente. Pero esta es otra historia.
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