No es la emoción de ganar sino la emoción de casi ganar lo que distingue a un ludópata. Una fuerte reacción en el cerebro en respuesta a las ocasiones percibidas subjetivamente como que "casi se gana" estaría correlacionada con una mayor tendencia al juego compulsivo, según un estudio que se publica en el Journal of Neuroscience.
Los juegos de apuestas son algo en lo que participa casi todo el mundo de una forma u otra, desde las tragaperras a las carreras de caballos, desde el fútbol a la lotería. Para la mayoría es una forma de pasar un rato divertido, cuando no es además una forma de afianzar relaciones sociales; pero para algunos se convierte en una adicción que les arruina la vida: cada vez necesitan estímulos mayores en forma de ganancias para encontrar satisfacción y, cuando se ven forzados a parar, sufren síndrome de abstinencia.
Antes de entrar en el estudio propiamente dicho quizás sea interesante pararnos un poco en las premisas falsas de las que parten muchos jugadores de azar. Los jugadores creen que en juegos como la ruleta o en las loterías es necesario algún tipo de habilidad a la hora de escoger un número, aunque esta habilidad tenga una componente esotérica sin ningún tipo de conexión con la realidad: este número es bonito, que sea capicúa, que sume trece, que allí hubo una desgracia y este es el código postal, después de tres rojos consecutivos siempre sale un negro, etc.
En los juegos donde la habilidad sí importa, como el baloncesto, un tiro a canasta de tres puntos con el balón rebotando en el aro puede ser asociado correctamente con casi una anotación, por lo que asociar un valor a “casi anotar” tiene sentido. Pero en los juegos de azar, perder “por poco” no tiene sentido (da igual tener el 23 o el 93 si el que ha salido es el 24) porque el resultado no dice nada sobre la probabilidad futura de ganar.
Esto, que es evidente a poco que se reflexione, no es la forma en que mucha gente piensa. Chase y Clark, de
Los investigadores invitaron a 20 voluntarios, dos de los cuales eran mujeres, a jugar a una especie de máquina tragaperras mientras que sus cerebros eran analizados por resonancia magnética funcional (fMRI). La fMRI es una máquina que consigue mostrar en una pantalla qué partes del cerebro se iluminan cuando les llega oxígeno con el torrente sanguíneo al activarse.
Los voluntarios jugaban todos habitualmente a juegos de azar, desde apuestas hípicas y quinielas de fútbol a tragaperras y loterías. Todos los voluntarios menos uno (que se había abstenido durante un año) jugaban al menos una vez a la semana. Las apuestas iban desde cinco personas que gastaban rutinariamente entre 12 y 120 € al día, a dos que estaban dispuestas a gastar 12.000 €. No parece muy sorprendente que 13 de los voluntarios resultaran considerados personas con demasiada inclinación al juego en una prueba estándar.
El juego era simple: en una tragaperras simplificada, de sólo dos ruedas, cuando la figura de la izquierda coincidía con la figura de la derecha, el voluntario ganaba un premio en metálico de 0,60 €. Algunas veces los voluntarios podían elegir la figura de la izquierda. Otras veces era seleccionada por el equipo de investigadores. La “pérdida por poco” se producía cuando la desesperantemente lenta parada de la rueda de la derecha hacía que el ansiado plátano, ancla o bota de cowboy se colocase a sólo una o dos posiciones de la de alineamiento con la figura de la izquierda. De hecho la máquina estaba trucada: todos los voluntarios obtuvieron 30 resultados ganadores, 60 “pérdidas por poco” y 90 claramente perdedores.
Los investigadores encontraron que aquellos que habían puntuado más alto en gravedad de afición al juego también presentaban la mayor actividad en el estriado ventral, área del mesencéfalo que se activaba con las “pérdidas por poco”. Significativamente no había diferencias en las respuestas a los resultados ganadores. Este área del cerebro es interesante porque es donde se produce la dopamina, un neurotransmisor. La dopamina aparece frecuentemente cuando se estudian las adicciones. El estudio sugiere que podría ser la “perdida por poco”, el “casi ganar”, la que favorece la transmisión dopaminérgica en los jugadores que tienen los problemas más graves. Lo que significa que podría ser posible encontrar tratamientos que redujesen los efectos de la dopamina en el cerebro para aliviar, al menos en parte, la compulsión de jugar.
Referencia:
Chase, H., & Clark, L. (2010). Gambling Severity Predicts Midbrain Response to Near-Miss Outcomes Journal of Neuroscience, 30 (18), 6180-6187 DOI: 10.1523/JNEUROSCI.5758-09.2010
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