Se suele dar por asumido que la humanidad debe mucho de su éxito evolutivo a su extraordinaria capacidad de comunicación. Tanto es así que pocos se han molestado en comprobar esta afirmación, que no deja de ser una hipótesis, de forma sistemática. Ahora, un grupo de investigadores encabezados por Andrew King, de la Universidad de Londres, ha contribuido a rellenar este hueco. Sus primeros resultados se publican en Biology Letters.
La práctica de los cazadores recolectores de hacer batidas por los alrededores en busca de plantas comestibles es la responsable de la mitad del nombre que los antropólogos les han dado. Y por una buena razón. La caza era probablemente una actividad esporádica, por lo que una recolección efectiva habría sido crucial para alimentarse hasta la siguiente cacería. King y su equipo han realizado un estudio para comprobar cómo, si es el caso, la comunicación mejora la capacidad recolectora.
Consiguieron que 121 visitantes del Zoo de Londres se prestasen voluntarios y los dividieron en 43 grupos. Cada grupo constaba de entre 2 y siete personas. Algunos estaban integrados por familias y amigos y otros por completos extraños; unos eran monosexuales y otros plurisexuales. A la mitad se les permitió comunicarse con libertad. El resto no podía intercambiar ni señales sonoras ni gestos de cualquier tipo.
Cada grupo era llevado entonces a una habitación en la que había “áreas de recolección”: cajas con 300 tarjetas, unas verdes y otras blancas, dispuestas a una determinada distancia de una base central, “el poblado”. Las tarjetas verdes se consideraban el objeto de recolección y cada caja contenía entre un 5% y un 95% de ellas. Los recolectores no podían ver el interior de las cajas y se les permitía coger sólo una tarjeta cada vez, a través de un agujero, usando su mano dominante. No había restricciones sobre las áreas a visitar, pero cada vez que se sacaba una tarjeta había que llevarla a la base central independientemente del color. El objetivo era recoger tantas tarjetas buenas como se pudiese en un breve periodo de tiempo, no especificado (todas las pruebas duraron 10 minutos). Como incentivo los miembros del grupo ganador recibirían un premio valorado en unos 35 €.
Antes de que los recolectores pudiesen empezar su tarea, se les colocaba una pulsera de radio frecuencia en la muñeca de su mano dominante. Todas las tarjetas verdes tenían también adherida una etiqueta de radiofrecuencia. Estos dispositivos, junto a las antenas colocadas encima de cada caja, permitieron al equipo de investigadores trazar los movimientos precisos de los miembros de cada grupo. A su vez, estos datos hicieron posible determinar cuánto tiempo empleaba un grupo en llegar a un “consenso”, definido como la concentración del 90% de la actividad del grupo alrededor de un sola área.
No es ninguna sorpresa el que los grupos que tenían permitido comunicarse fueran los recolectores más eficaces. La probabilidad de que convergiesen en el área más rica era mucho mayor que la de los grupos en los que la comunicación no estaba permitida. Lo que sí resultó una sorpresa fue la naturaleza de la comunicación que importaba. Los investigadores monitorizaban los niveles de ruido y los gestos de las manos. Los niveles de ruido eran una aproximación a la comunicación verbal; los gestos, para la no verbal. Los investigadores descubrieron que lo único que explicaba la probabilidad de que un grupo se concentrase rápidamente en la mejor área era el uso de gestos, que alcanzaba su máximo justo antes de alcanzarse el consenso. Los niveles de ruido se mantenían más o menos constantes todo el tiempo, sugiriendo que los mensajes verbales no eran tan importantes.
El volumen constante podría enmascarar la importancia variable de lo que se dice. En la segunda parte de la investigación el equipo repetirá el experimento, controlando el significado tanto de lo que se dice como de los gestos. No sólo eso, los gestos de las manos son una señal relativamente local. Sigue sin estar claro si son tan importantes en grupos mayores a media docena de personas, típicos de los recolectores en las sociedades de cazadores-recolectores. La comunicación hablada permite que la información llegue rápidamente a miembros del grupo que están lejos. Esto podría limitar progresivamente la importancia de los mensajes no verbales conforme los grupos se hacen mayores. Pero si los gestos incorporan alguna información vital extra, los miembros de los grupos mayores podrían limitar su comunicación a los correcolectores cercanos, lo que llevaría a la emergencia de subgrupos.
A cualquiera que haya estudiado técnicas de comunicación empresarial, todo esto le suena conocido. Después de todo, no hemos cambiado tanto.
Referencia:
King, A., Narraway, C., Hodgson, L., Weatherill, A., Sommer, V., & Sumner, S. (2010). Performance of human groups in social foraging: the role of communication in consensus decision making Biology Letters DOI: 10.1098/rsbl.2010.0808
Este original experimento confirma lo que ya se intuía desde hace tiempo. Creo que ya leí algo (o experimento) parecido en un libro de Steven Pinker...
ResponderEliminarComo bien dices, César, estas cosas se estudian muy bien en el mundo de la comunicación empresarial. Mejor esto, que la moda de comparar cualquier aspecto empresarial con algún fragmento del "Arte de la guerra" de Sun Tzu.
Saludos