Esmond R. Long era hijo de un profesor de química de la Universidad Northwestern, en las afueras de Chicago (Estados Unidos). Nacido en 1890, en 1911 recibía su título de Artium Baccelaurens en química por la Universidad de Chicago. Gracias a su entorno familiar, Long tenía intereses culturales muy diversos (literatura, lenguas, historia) y era un buen atleta. Lo tenía todo para triunfar en la vida, y encaminó ese triunfo preparándose para ser médico. En su segundo año en la escuela de medicina de la Universidad de Chicago, y mientras jugaba un partido de tenis, tosió sangre varias veces. Él mismo cogió muestras de sus esputos y las colocó bajo el microscopio, comprobando que estaba, de hecho, infectado por Mycobacterium tuberculosis. Hasta la aparición de la estreptomicina durante la II Guerra Mundial, la tuberculosis, una enfermedad que afecta principalmente (aunque no sólo) a los pulmones, era temida por ser capaz de matar a adultos jóvenes y, por lo demás, completamente sanos. Hoy día la bacteria sigue siendo causa de muchas muertes en todo el mundo debido, en parte, a que está generando resistencia a los antibióticos más habituales.
Long dedicó los siguientes cinco años a someterse a las distintas terapias que se aplicaban en aquella época: tratamientos de aire seco en Arizona (equivalentes a los que aparecen en “La montaña mágica” de Thomas Mann), un régimen de ejercicios especialmente diseñados, un año de reposo en cama en Seattle y una dieta alta en colesterol. Al ser estudiante de medicina, en los últimos años de sus convalecencia en Seattle y en el lago Saranac (Nueva York), se le permitió tratar a otros pacientes y hacer análisis de laboratorio e investigación. Long se obsesionó con encontrar un método para el diagnóstico temprano de la tuberculosis.
Finalmente Long consiguió que le permitiesen volver a la Universidad de Chicago y en 1918 recibía su doctorado en patología o, para ser precisos, en lo que entonces se conocía como “patología química”, para diferenciarla de aquella que se basaba en las formas de los patógenos y en los tejidos enfermos. No cejó en su empeño de ser médico y en 1926 conseguía su título, para el que había trabajado mientras daba clases de patología en la universidad. Mientras tanto se había vinculado al Instituto Sprague Memorial de Chicago, un centro dedicado a la promoción de la salud con un fuerte acento en la prevención. Allí Long realizó estudios sobre la tuberculosis con una estrella emergente, Florence Seibert.
Seibert nació en Easton (Pensilvania, EE.UU.) en 1898. A los tres años contrajo poliomielitis. Esta enfermedad la dejó parcialmente discapacitada y tuvo dificultades para andar el resto de su vida. Era muy menuda, ya adulta no llegaba al metro y medio de altura y pesaba poco más de 40 kilos. Siendo niña y, mientras los otros niños jugaban en la calle, ella aprendió a tocar el violín, una actividad que mantuvo toda su vida. Siendo adolescente se vio atraída por la ciencia y devoraba las biografías de los científicos famosos.
Tras el instituto, Seibert asistió al Goucher College en Baltimore, ciudad en la que se encontraba (y se encuentra) su verdadero objetivo, la Escuela de Medicina Johns Hopkins. Pero, tras terminar sus estudios de ciencias en Goucher en 1918, Seibert se vio necesitada de dinero para poder continuar estudiando. La casualidad quiso que obtuviese un empleo temporal en el laboratorio de química de una fábrica de papel donde uno de sus profesores era director de investigación. En aquellos tiempos era poco menos que impensable que una mujer obtuviese un empleo científico, pero la I Guerra Mundial se había llevado a tantos científicos al campo de batalla que había abierto una ventana de oportunidad para las mujeres. Y Seibert la aprovechó.
Seibert se dio cuenta de que la investigación química la atraía más que la medicina, en parte porque las obligaciones de un químico no eran tan exigentes para sus piernas como las de un médico. Su determinación la llevó a la Universidad de Yale, que le concedió un doctorado en bioquímica en 1923. A continuación Seibert realizó una estancia postdoctoral en la Universidad de Chicago. Mientras estuvo allí aprendió a conducir un coche especialmente adaptado para ella en la que los controles de acelerador, embrague y freno eran manuales, su “nuevo par de piernas”.
Seibert fue contratada por el Sprague Memorial, donde terminaría conociendo a Long. Seibert ya tenía una reputación como investigadora: en su primer año allí recibió el premio Howard Taylor Ricketts por un trabajo que había comenzado en Yale y terminado en Chicago. En aquellos días los pacientes presentaban unas fiebres cortas pero intensas tras recibir agua destilada por vía intravenosa. Seibert descubrió que, aunque la destilación del agua mataba a las bacterias y otros microbios del agua, a menudo no destruía las toxinas que las bacterias habían producido antes de ser matadas. Algunas veces algo de agua pulverizada proveniente del agua que hervía en el matraz de destilación pasaba al matraz de producto terminado llevando con ella las toxinas, contaminando el agua ya destilada. Estas toxinas eran las causantes de las fiebres. Seibert inventó una nueva trampa para el agua pulverizada que evitaba la contaminación del agua destilada.
En el instituto Seibert comenzó a trabajar con Long en los estudios sobre la tuberculosis. Cuando Long se convirtió en profesor de la Universidad de Pensilvania y director de los laboratorios del Instituto Phipps de la Tuberculosis en 1932, invitó a su colaboradora a unirse a su equipo, con lo que Seibert se convirtió en profesora asistente. El objetivo de ambos era mejorar el test existente para el diagnóstico de la tuberculosis llamado test de la tuberculina o test de Mantoux. En este test una pequeña cantidad de una sustancia llamada tuberculina, que es producida por la bacteria de la tuberculosis, se inyecta bajo la piel del paciente. La tuberculina se había descubierto en la década de 1890. Es un antígeno, es decir, una sustancia capaz de provocar una respuesta inmune en forma de anticuerpos. Si una persona ha estado expuesta a e infectada por la bacteria de la tuberculosis, aunque no muestre necesariamente los síntomas de la enfermedad, sí habrá desarrollado una respuesta inmune y formado anticuerpos de la tuberculosis. Cuando al cuerpo se le inyecta con el antígeno tuberculina, estos anticuerpos acuden rápidamente al lugar de la inyección para neutralizar la tuberculina y en unos pocos días forman un bulto rojizo y duro. Este bulto indica que esa persona ha sido infectada por la bacteria de la tuberculosis; si no se forma, entonces es que su sistema inmune no tiene anticuerpos y su cuerpo no ha sido infectado.
El test, tal y como existía a comienzos de los años 30 del siglo pasado, era muy poco fiable debido a las impurezas en la tuberculina. En Chicago Long y Seibert descubrieron que el agente activo de la tuberculina era una proteína. El objetivo de Seibert pasó a ser separar esta proteína del resto de sustancias y purificarla de esta forma. Necesitó más de una década de trabajo desarrollar el proceso de purificación. Finalmente desarrolló una técnica que usaba filtros hechos de arcilla porosa y algodón tratado con ácido nítrico. La proteína de tuberculina purificada se conoce hoy día como derivado proteico purificado (PPD, por sus siglas en inglés), y todavía se usa hoy día.
Seibert pasó la mayor parte de su vida profesional en la Universidad de Pensilvania. A pesar de sus logros científicos no tuvo ascensos, siendo profesora asociada durante 20 años antes de que la nombraran catedrática (full professor). Se convirtió en una autoridad mundial en separación de proteínas. Como en el caso de la tuberculina, algunas veces es necesario separar las proteínas unas de otras o de otras sustancias con objeto de estudiarlas individualmente. Seibert fue uno de los primeros científicos en dominar dos importantes métodos de separación, la electroforesis y la ultracentrifugación. Ya retirada investigó el papel de las bacterias en el desarrollo del cáncer.
Si bien Seibert recibió varios honores y distinciones en su vida, incluyendo la Medalla Garvan de la American Chemical Society, Long llegó a ocupar puestos muy importantes y recibió innumerables homenajes. Terminó siendo, entre otras cosas, director del Instituto Phipps, presidente de la División de Ciencias Médicas del Consejo de Investigación Nacional de los Estados Unidos, uno de los responsables de la salud de las tropas durante la II Guerra Mundial y de la población civil de las zonas en conflicto tras ella. En la última parte de su carrera dedicó su atención a la lepra, siendo editor del International Journal of Leprosy.
Seibert estuvo siempre agradecida a Long por haber reconocido sus capacidades: “La ciencia tiene muchos grandes hombres en ella. Y los grandes hombres son rápidos a la hora de dar oportunidades tanto a mujeres como a varones si ven la clase de capacidad que un problema científico necesita y la voluntad de poner la clase de trabajo que demanda”.
1 comentario:
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