Noyori subió con esfuerzo a su nave.
Tras dos años en Terraforma-5.1 con gravedad artificial de 0,9 g y
dos meses en la nave sin ella, moverse en este planeta de masa sólo
un cinco por ciento mayor que la Tierra se le hacía muy trabajoso a
pesar del exoesqueleto motorizado que usaba. Se sentó pesadamente en
la pequeña sala de comunicaciones y comenzó a preparar su primer
informe, exclusivo para la comandante Paulze. A través de la pequeña
ventana se extendía un macizo de árboles que, a primera vista, le
recordaba a los de su Hokkaido natal. Había que fijarse en los
detalles para darse cuenta que aquellos no eran pinos y abetos, sino
especies completamente diferentes.
A Noyori le estaba costando editar la
información. Todo lo que viese, oyese u “oliese”, así como su
biométrica, quedaba grabado y sería enviado como archivo adjunto.
Pero la comandante quería su opinión. Él era piloto de
combate, una persona entrenada en seguir protocolos y habituado a
tomar decisiones rápidas en caso de necesidad, no un científico,
aunque tuviese acreditación C3. Él no tenía que estar editando
aquello. La explosión de Terraforma-4.7 cuatro años terrestres
antes había dejado a Terraforma-5.1 como la única estación
operativa en todo aquel sector de la galaxia. Terraforma-4.7 había
sido un centro de investigación y adiestramiento, con lo que con la
explosión desaparecieron buena parte de los científicos de niveles
C4 y C5. Un científico era algo muy preciado en aquellos momentos,
demasiado como para enviarlo a una misión casi de rutina como
aquella.
Decidió que describiría sólo los
hechos, sin aventurarse a dar ningún tipo de hipótesis explicativa.
Ya habría tiempo para aquello. Comenzó contando sus intentos
fallidos de contactar con la base de Carroll 23c durante la
aproximación. No le preocupó demasiado, era habitual que las
comunicaciones desde la superficie en algunos planetas fuesen
precarias debido a la presencia de ionosferas muy densas, y estaba
acostumbrado a encontrar su camino, a volar “ciego”. Tampoco
esperaba recibir respuesta. Después de todo, lo que había hecho que
la comandante Paulze le enviase era que no había ningún tipo de
comunicación proveniente de Carroll 23c. Tras haber recibido sin
problemas más de 30 informes, las comunicaciones con la base habían
cesado por completo. Si habían tenido problemas con la antena de
superficie, no constaba que la ionosfera del planeta fuese
particularmente importante, alguno de los dos miembros del equipo
habría podido usar la nave auxiliar para ascender hasta una altura
suborbital y enviar sus informes desde allí. Pero hacía dos meses y
medio que Carroll 23c no enviaba ningún tipo de dato.
La causa del problema se le hizo
evidente durante la aproximación final. La antena había caído como
consecuencia de un desprendimiento de rocas y podía verse hecha un
amasijo en el fondo de un barranco. Esos inútiles habían colocado
las radiobalizas en el mismo lugar, seguro. Y es que estos
exploradores eran demasiado jóvenes y demasiado inexpertos. La
política de natalidad cero del gobierno confederal estaba dando sus
frutos: la gente bien formada prefería quedarse en la Tierra
superpoblada ganando buenos sueldos en vez de dedicarse a colonizar
la galaxia. Este trabajo había quedado para los jovenzuelos que no
querían, o no podían, alcanzar la acreditación C2 y para los que
la ACCE, Agencia Confederal para la Colonización Espacial,
necesitada de mano de obra, era la salida fácil y bien pagada. Al
fin y al cabo todo, o casi todo, estaba automatizado.
Vio a Sánchez nada más posicionar la
nave para el descenso. Estaba acurrucado en posición fetal debajo de
una especie de abeto, justo enfrente de la entrada al pequeño
edificio de una sola planta y aspecto metálico de la base. Noyori
había detenido los motores y enviado el mensaje estandarizado de
“Llegada sin problemas”. Aunque las lecturas de oxígeno eran
normales, confirmando las informaciones que decían que la
concentración de oxígeno en Carroll 23c era sólo algo superior a
la de la Tierra, y la temperatura eran unos agradables 298 K, el
piloto salió con aprensión al aire libre; eso de moverse sin traje
presurizado se le hacía muy raro.
Sánchez no se movía, ni siquiera para
respirar. Se acercó al cadáver con su arma reglamentaria activada.
Sánchez estaba acurrucado, abrazándose las rodillas. No se
apreciaban señales de violencia, aunque podían verse marcas en el
suelo, seguramente de pequeños animales locales que habían
intentado rasgar sin éxito el tejido que cubría todo el cuerpo del
explorador. Su cara tenía una expresión pacífica, como la del que
está durmiendo, pero lo marcado de sus huesos, cuando por las
señales de descomposición no debía de llevar más de cinco días
muerto, no era normal. El resto de su cuerpo también se veía
extremadamente delgado. Una idea atravesó súbitamente la mente de
Noyori, y un escalofrío recorrió su dolorida espalda, escenas como
esta las había visto en la guerra de Mongolia y luego otra vez en el
conflicto del este de África. Era algo inconcebible, que no podía
ser y, sin embargo...los que morían de hambre tenían ese aspecto.
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Me ha encantado. Hace tiempo que no leo ciencia ficcion y acaba de picarme el gusanillo. Gracias.
ResponderEliminar¡Y felicidades por el relato!
PD: Es desalentador que en la Tierra del futuro no sean capaces de dar solución a sus problemas de superpoblación y guerras. Avanzará la tecnología, ¿pero lo haremos nosotros?
Un saludo
Me ha gustado mucho. ¿Va a seguir?
ResponderEliminarMe asombra la capacidad de comunicación que tienes, tanto en los artículos como en este relato de ciencia ficción. Gracias
ResponderEliminarMe asombra la capacidad de comunicación que tienes, tanto en los artículos como en este relato de ciencia ficción. Gracias
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