Un equipo de investigadores encabezado por Susan Landau, de la
Universidad de California en Berkeley (EE.UU.), ha encontrado que
personas sin síntomas de la enfermedad de Alzheimer y que a lo largo
de su vida han realizado habitualmente actividades estimulantes desde
el punto de vista cognitivo tienen menos depósitos de beta amiloide,
el signo patológico de la enfermedad. Los resultados se publican en
Archives of Neurology.
Antes de entrar en detalle, me permito sugerir al lector
interesado esta introducción al estado de la cuestión para poder
poner en contexto lo que sigue: La incomoda verdad sobre la enfermedad de Alzheimer.
Las placas de beta amiloide son el signo distintivo de la
enfermedad de Alzheimer. Ello no significa que sean la causa, pero
sea cual sea ésta, existe una correlación bien establecida entre la
presencia de placas de de beta amiloide y Alzheimer. La aparición de
estas placas puede estar influenciada también por los genes y el
simple envejecimiento; démonos cuenta de que un tercio de las
personas de más de 60 años tienen depósitos de amiloide en sus
encéfalos. En cualquier caso, parece razonable suponer que cualquier
cosa que retrase la aparición de las placas (no que las destruya a
posteriori, véase la introducción) también podría retrasar la
aparición del Alzheimer.
Investigaciones anteriores han venido sugiriendo que dedicarse a
actividades estimulantes mentalmente como leer, escribir, los juegos
de tablero o el baile de salón, podrían ser beneficiosas a la hora
de retrasar o, incluso, prevenir, la aparición del Alzheimer. Sin
embargo, la beta amiloide comienza a acumularse muchos años antes de
la aparición de los síntomas. Por ello, a día de hoy, cuando
empiezan a aparecer síntomas es poco lo que se pueda hacer para
parar la progresión de la enfermedad (véase la introducción). Así
pues, la prevención debe hacerse mucho antes y con esta idea en
mente es con la que Landau et al. han diseñado su
experimento.
Los investigadores pidieron a 65 adultos cognitivamente sanos de
más de 60 años (edad media 76,1) que evaluasen la frecuencia con la
que habían participado en actividades estimulantes mentalmente como
ir a la biblioteca, leer libros o periódicos, escribir cartas o
correos electrónicos. Las preguntas se centraban en varios aspectos
de sus vidas desde los 6 años en adelante.
Estos voluntarios participaron durante más de 5 años en
evaluaciones neuropsicológicas para comprobar la memoria y otras
funciones cognitivas, siendo sometidos a escáneres PET (tomografía
por emisión de positrones, por sus siglas en inglés) regularmente,
usando como marcador el Compuesto B de Pittsburgh (con carbono-11
radiactivo), un análogo fluorescente de la tioflavina T que permite visualizar
la presencia de beta amiloide. Como controles se usaron los
resultados obtenidos con 10 pacientes diagnosticados con enfermedad
de Alzheimer y 11 veinteañeros sanos.
Los investigadores encontraron una correlación estadísticamente
significativa entre niveles mayores de actividad cognitiva a lo largo
de toda la vida y menores niveles de beta amiloide, tal y como se
presenta en los escáneres (este es un matiz no menor). Cuando
analizaron el impacto de otros factores tales como el estado de la
memoria, la actividad física, la capacidad nemotécnica
autoevaluada, el nivel de educación y el sexo, encontraron que la
correlación entre una vida cognitivamente activa y las placas de
beta amiloide era independiente de todo lo anterior.
Es muy llamativo que no se encontrase una correlación fuerte
entre la cantidad de placas de beta amiloide y la actividad cognitiva
en ese momento. Esto es, parece que tiene mucho más efecto haber
sido cognitivamente activo durante toda una vida que empezar a serlo
en la vejez. Esto no implica que se nieguen los posibles efectos
beneficiosos de ser cognitivamente activo en la vejez.
Este descubrimiento hace que se mire de distinta forma a lo que
significa una vida cognitivamente activa para el cerebro. Más que
simplemente aportar una resistencia frente al Alzheimer, las
actividades que estimulan el cerebro podrían estar afectando a un
proceso patológico primario de la enfermedad. Lo que sugiere que las
terapias cognitivas deberían aplicarse mucho antes de que los
síntomas aparezcan.
Si llegados a este punto al lector le queda la sensación de que
andamos a ciegas con el Alzheimer, no se preocupe, es la sensación
correcta.
Referencia:
Landau, S., Marks, S., Mormino, E., Rabinovici, G., Oh, H., O'Neil, J., Wilson, R., & Jagust, W. (2012). Association of Lifetime Cognitive Engagement and Low -Amyloid Deposition Archives of Neurology DOI: 10.1001/archneurol.2011.2748
Es lo que se viene llamando, la reserva cognitiva =). Apasionante mundo este del Alzheimer. Tanto por conocer todavía...
ResponderEliminarInteresantísimo trabajo. Y muy bien explicado, como siempre.
ResponderEliminarAhora, si me disculpan, me voy a leer un par de tratados de física cuántica y a hacer tres o cuatro sudokus de los chungos, por si acaso. ;)
Es cierto lo de la llamada reserva cognitiva, de la cual, por cierto, no se comprende aún su naturaleza.
ResponderEliminarMe gustaría comentar, al hilo de este tema, unos datos conocidos por aquellos que trabajan en este campo d elas enfermedades neurodegenerativas: Se producen cambios estructurales (morfológicos y anatómicos) en el cerebro hasta 10 años antes de comenzar con los síntomas de Alzheimer, y, una vez q se llega a la sintomatología, se tarda, de media, unos 3 años en diagnosticar la enfermedad.
En esos 13 años se pueden detectar esos cambios e intentar "frenar" el avance de la enfermedad, lo que redundaría en calidad de vida para el paciente, y en un menor coste sanitario (el no tener que ir a una residencia, por ejemplo, ya es un ahorro considerable).
Enhorabuena por el trabajo realizado.
Gran artículo. Sólo puedo decir que por ahora voy por buen camino. Un saludo ;)
ResponderEliminar