Los acontecimientos de estos últimos días en España (incluidas
sus extensiones africanas, quien tenga oídos para oír que oiga) me
han traído a la memoria uno de las ideas del hijo de Aristón y
Perictione, el de las espaldas anchas. Curiosamente se trata de la
idea que inspiró al ayatolá Jomeini la concepción general de cómo
debería ser gobernada una república islámica: es el amante de la
sabiduría, el filósofo (desde la perspectiva islámica chií esto
es equivalente a los clérigos), el que debe ser elegido gobernante.
Efectivamente, desde el punto de vista platónico el
“rey-filósofo” es la persona sabia que acepta el poder que le
otorgan las personas que son suficientemente sabias como para elegir
a un buen gobernante. Esta es la tesis de Sócrates en “La
República”, que la mayor sabiduría que pueden demostrar las masas
es la elección sabia de un gobernante, él mismo sabio.
Pero, ¿cómo reconocer a un hombre sabio en primer lugar?
Existen cinco signos externos y cinco características de su forma de
actuar para guiarnos.
Los 5 signos
En primer lugar, y siguiendo a Asimov, debemos acabar con la
“excusa socrática”, es decir con asimilar la falta de
conocimiento, malcitando a Sócrates (“solo sé que no sé nada”),
con un signo de sabiduría. Los investigadores en ese campo de la
psicología que algunos llaman psicología positiva definen la
sabiduría como la coordinación del conocimiento
y la experiencia, por una
parte, con su uso deliberado
para mejorar el bienestar (entendido como justicia, ausencia de
conflicto, etc.) por otro. Con esta definición en mente consideran
que hay cinco signos que caracterizan al humano sabio, a saber:
- se conoce a sí mismo
- posee conocimientos y experiencia
- es sincero y directo con los demás
- los demás le piden consejo
- sus acciones son consistentes con sus creencias éticas
Si pensamos en alguien que consideramos sabio, a poco que
reflexionemos nos daremos cuenta que cumple las características
anteriores. Pero estaremos de acuerdo que estos cuatro signos
parecen, en todo caso, condiciones necesarias pero no suficientes
para poder calificar a una persona como sabia. Efectivamente, un
religioso radical, por ejemplo, puede reunir estas condiciones y no
sería considerado sabio por una mayoría fuera de su sistema de
creencias. Es necesario, pues, fijarnos en cómo actúa.
Actuando sabiamente
A los sabios se recurre cuando hay
problemas buscando consejo para solucionarlos. Y es ahí, en la
resolución de problemas donde brilla la sabiduría. Una persona que
reúna la 5 signos anteriores podremos decir que actúa sabiamente y,
por tanto, es sabia, si sus acciones y consejos se caracterizan por:
- una voluntad de buscar oportunidades de resolver posibles conflictos existentes
- una voluntad de buscar el compromiso
- un reconocimiento de los límites del conocimiento personal
- una consciencia de que puede existir más de una perspectiva de un problema
- una asunción del hecho de que las cosas pueden ponerse peor antes de mejorar
Somos nosotros los que ahora, armados
con estas herramientas de contraste, debemos dedicarnos a analizar el
comportamiento de los que nos gobiernan y a aquellos que aspiren a
hacerlo para poder elegir sabiamente. Quien pueda elegir, se
entiende...
5 comentarios:
Muy bueno. Saludo.
Coincido con Asimov, como no podía ser de otra manera. Un buen post, me ha gustado. Será por mi afición -a veces crítica- a lo que algunos llaman psicología positiva ;-)
PD.- ¿La fuente sobre la fortaleza 'sabiduría' en PS+ la has sacado directamente de Baltes y Staudinger (2000)?
Un abrazo
Problema: lo buscas y lo buscas y pongamos que lo encuentras, y pongamos que, como dices, puedes elegir...
Y resulta que el sabio, sabio...el sabio-sabio de verdad...igual no quiere gobernar...
Muy buen post:)
¿Y si nos salimos del paradigma de tener que tener "valga la redundancia" un gobernante?
Y si nos convertimos como sociedad en nuestros propios gobernantes, tanto en lo político como en lo económico?
Ese para mi seria el mayor de los sabios y de los logros "Inteligencia Colectiva".
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