Ovidio cuenta en sus "Las metamorfosis" la
historia de un orfebre chipriota llamado Pigmalión que esculpe en
marfil una estatua de mujer tan realista y bella que se enamora de
ella. Con motivo de la festividad de Venus, Pigmalión hace una
ofrenda a la diosa rogándole que dé vida a su estatua. La diosa
concede el deseo y Pigmalión y la que era su estatua se casan.
En 1912 George Bernard Shaw tituló
Pigmalión su obra de teatro en la que se narra cómo el profesor
Henry Higgins modeló a la florista barriobajera Eliza Doolittle
hasta hacerla pasar por una duquesa en la recepción de un embajador,
enamorándose de ella en el proceso. La historia se hizo mundialmente
famosa con la adaptación al cine en forma de musical titulada My
Fair Lady, con Rex Harrison como Higgins y Audrey Hepburn como
Doolittle.
Tomando el nombre de estos
antecedentes, el llamado efecto Pigmalión en psicología describe el hecho de que la expectativas de un superior, léase progenitor,
profesor, entrenador o jefe, tienen sobre el rendimiento de una
persona a su cargo, esto es, hijo, alumno, deportista o subordinado.
Este efecto está relacionado con otro, el efecto placebo, y como
éste, se traduce en multitud de pequeños actos inconscientes que
alteran nuestro comportamiento habitual.
El primer psicólogo que estudió de forma sistemática este
efecto fue Robert Rosenthal quien, en 1964, siendo profesor de la
Universidad de Harvard, realizó un experimento en una escuela
elemental al sur de San Francisco (California). La idea no podía ser
más simple: ¿qué pasaría si se les dijese a los profesores que
ciertos niños de su clase estaban destinados al éxito académico?
Para conseguir que los profesores le creyeran, Rosenthal tomó un
test de inteligencia estándar, el FTGA, pero en la cubierta de cada
copia puso un nuevo nombre, algo más pretencioso, “Harvard Test of
Inflicted Acquisition”.
Rosenthal les dijo a los profesores que este especialísimo test
de Harvard tenía la peculiaridad de ser capaz de predecir qué niños
estaban a punto de ser muy especiales, es decir, qué niños estaban
a punto de experimentar un aumento espectacular en su cociente
intelectual (CI).
Una vez que los chavales hicieron el test, Rosenthal escogió de
cada clase a varios niños completamente al azar. No había nada en
absoluto que distinguiese a estos niños de los demás, pero les dijo
a los profesores que los resultados del test indicaban que estaban
apunto de florecer intelectualmente.
El seguimiento de los niños durante los dos años siguientes puso
de manifiesto que las expectativas de los profesores realmente
estaban afectando a los niños. Si los profesores esperaban que los
niños tuviesen mayor CI, esos niños ganaron más CI.
¿Pero cómo pueden las expectativas influir en el CI?
Investigaciones posteriores del mismo Rosenthal y otros pusieron
de manifiesto que las expectativas afectan a las interacciones
cotidianas con los niños de mil formas diferentes. Las más
consistentes alteraciones del comportamiento de los profesores que
esperan mucho de un alumno serían, entre otras, que les dan:
· más tiempo para responder
· retroalimentación mucho más específica
· reconocimiento no verbal: los tocan (codo, hombro), asienten
más con la cabeza cuando los alumnos hablan y les sonríen más.
Vemos que no es magia ni telepatía. Son las herramientas con las
que nos comunicamos sin palabras e inconscientemente, todos los días
y con todo el mundo sin darnos cuenta. La cuestión es: sabiendo que
esto es así, ¿puede un influenciador alterar sus expectativas de
manera creíble? Dicho de otra manera, habida cuenta que el efecto actúa por vías inconscientes, ¿podemos llegar a simular creíblemente que “creemos
en alguien” con objeto de alterar su rendimiento (para mejor o para
peor)?
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