Se está convirtiendo en un lugar común
en el periodismo científico, e incluso entre los mismos científicos,
hablar de paradigmas y, sobre todo, de su cambio cada vez que parece
que se realiza un descubrimiento (presuntamente) importante. Pero,
¿existen los paradigmas? Y, ¿somos conscientes de los que decimos
cuando hablamos de paradigmas en ciencia?
En los años ochenta del siglo pasado
la por entonces primera ministra británica Margaret Thatcher se
negaba, no sólo a emplear ella, sino también a aceptar en el
discurso de otros como expresiones válidas los términos “clase
social” y “lucha de clases”. Para ella existía un sólo grupo
social, la sociedad británica, e individuos dentro de ella; hablar
de clases era para Thatcher aceptar de alguna manera la visión
marxista de la sociedad y, por tanto, se abría la puerta a otros
planteamientos de esta filosofía. Algo de razón tenía Thatcher: si
aceptas un lenguaje, una jerga si se quiere, estás aceptando una
visión del mundo. No habría que ir muy lejos para encontrar
ejemplos en política, pero baste citar para el lector interesado
“LTI, la lengua del tercer reich” de Victor Kemplerer.
Por ello hablar de paradigmas sería
aceptar, en cierta medida, primero su existencia y, segundo, la
filosofía de Thomas Kuhn. Y, probablemente, para sorpresa de muchos
científicos, y hasta algún periodista, no estarían de acuerdo con
ella si conociesen algunas de sus implicaciones. Veámoslo muy
sucintamente.
La fe de los científicos
Para Kuhn, como para Paul Feyerabend,
la observación está “cargada de teoría”, lo que quiere decir
que las observaciones que decidimos realizar y la importancia que les
atribuimos vienen determinadas por nuestras teorías previas. Esto
puede parecer inocente e inocuo, pero de aquí tanto Kuhn como
Feyerabend infieren que las distintas teorías científicas son
“inconmensurables”, es decir, que no existe un conjunto de
juicios observacionales neutro con el que distinguir la mayor o menor
“validez” de las teorías.
Como corolario, Kuhn y Feyerabend
encuentran que no es posible alcanzar la verdad objetiva a nivel de
observables, no digamos ya a nivel de no observables.
Con lo anterior en mente, Kuhn
argumenta que la historia de la ciencia muestra una sucesión de
“paradigmas”, conjuntos de supuestos y ejemplos (en el sentido de
modelos) que condicionan la manera en la que los científicos
solucionan los problemas y comprenden los datos y que sólo cambian
en las llamadas “revoluciones científicas”, cuando los
científicos cambian una fe teórica por otra.
La elección de la palabra “fe” no
es casual, porque dada la inconmensurabilidad de las teorías, se
deduce, y Kuhn lo hace, que no existe razón lógica estricta para el
cambio de paradigma. Los argumentos en favor de un paradigma u otro
serían los mismos en última instancia que emplean los partidarios
de las opciones políticas: razonamientos circulares; además no es
posible recurrir al experimento para decidir entre ellos porque qué
experimentos se hacen y qué validez se les atribuye dependen de la
teoría que se defienda. Existe una cita de Planck que expresa esta
idea expeditivamente: “Una verdad científica no triunfa
convenciendo a sus opositores y haciéndoles ver la luz, sino más
bien porque sus opositores terminan muriendo y una nueva generación
crece familiarizada con ella”.
Estamos, efectivamente, ante un
relativismo epistemológico, en el que, por si fuera poco, los
“paradigmas” non son falsables en el sentido de Popper. Ni que
decir tiene que Kuhn y Popper chocan frontalmente, a pesar de que en
un mismo texto, en especial las noticias de física cuántica, se
pueda hablar a la vez y sin rubor de “falsabilidad” y
“paradigmas”. Curiosamente, ambos autores adoptan una
epistemología evolutiva pero con resultados muy dispares.
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3 comentarios:
muy buena entrada! Concisa y clara, va al problema fundamental de la epistemología de la ciencia. Felicidades
"...o usamos sólo una teoría de la verdad que sea coherente y pragmática?"
¡Amén!
El caso es que no me sé de dos teorías que cumplan:
(i) Predicen cosas distintas sobre la realidad y
(ii) Ambas son ratificadas por la interpretación de los experimentos realizada por la teoría.
El único caso que me sé es el de aquél que le pregunta a un griego si es verdad que para decir "Sí" dicen "NAI" y el griego responde "NAI", a lo que el primero contesta "Ya sabía yo que no podía ser".
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