Alfred Werner nació en 1866 en uno de
esos lugares marcados por la guerra en la vieja Europa, una de esas
ciudades en la frontera entre imperios que cambiaba de manos según
soplase el viento. Mulhouse tenía tendencia a ser francesa, la
mayoría de sus habitantes se sentían franceses, a pesar de que sus
apellidos eran una mezcolanza de prusianos y galos. Siendo Alfred
niño, la guerra franco-prusiana de 1870 hizo que la ciudad cambiase
de nuevo de manos, siendo anexada al recién formado Reich
Alemán diseñado por Otto von Bismarck para mayor gloria del káiser
Wilhelm.
Muchos ciudadanos con lazos franceses
abandonaron la ciudad, no así los padres de Alfred, que prefirieron
quedarse y resistir, hablando francés en casa aunque estuviese
expresamente prohibido. Ya adulto, Alfred recordaría cómo disparaba
su fusil de juguete contra los soldados alemanes y su mesa de
despacho en Zúrich estaba presidida por un trozo de bomba que
recogió cerca de su casa siendo niño.
Alfred no fue precisamente un alumno
ejemplar y, como precaución, solía llevar trozos de cartón dentro
de sus pantalones con la idea de aliviar el castigo físico que
suponía saltarse clases. Los biógrafos de Werner hablan de rebeldía
frente a la extrema rigidez del sistema de enseñanza alemán, la
misma que años después mostraría Einstein. Sin embargo, Alfred era
muy experimental a la par que teórico: sus escapadas las empleaba en
hacer experimentos químicos detrás de un granero cercano y está
documentada al menos una explosión en su habitación.
Entre 1885 y 1886 Alfred tuvo que hacer
el servicio militar en Karlsruhe, donde aprovechó para asistir a las
conferencias que Engler daba en el Politécnico local. En 1886 toma
la decisión de alejarse de conflictos y se matricula en el
Politécnico de Zúrich. En 1889 de diploma en química técnica y, a
pesar de suspender varios exámenes de matemáticas en su primer
intento, consigue su doctorado, tras pasar casi dos años en París,
en 1892 con una tesis sobre la disposición espacial de moléculas
que contienen nitrógeno, con Arthur Hanztsch como director y
Marcellin Berthelot como codirector. Al igual que Einstein, si bien
realizó su trabajo en el Politécnico el doctorado se lo otorgó la
Universidad de Zúrich.
Los años 1892 y 1893 fueron de
subsistencia para Alfred, trabajando como privat dozent,
profesor sin sueldo (lo que sus alumnos le pagasen), en la
Universidad de Zúrich. En 1893 se convirtió e profesor asociado de
la Universidad con un modesto salario, sucediendo a Victor Merz como
profesor de química orgánica. En 1895 adquiriría la nacionalidad
suiza y, a pesar de tener ofertas de Viena, Basilea o Wurzburg,
decide quedarse en la Universidad de Zúrich aceptando la plaza de
catedrático con sólo 29 años. Pero, ¿qué había hecho Alfred en
este tiempo para escalar así de rápido?
Alfred realizó su primera
investigación química independiente con 18 años y su interés
siempre había estado en la frontera entre la química orgánica y la
inorgánica, alrededor del problema de la valencia y la estructura de
los compuestos químicos. Un par de años después de su doctorado,
obsesionado como estaba con el problema, cuenta la leyenda que una
noche se despertó sobresaltado a las dos de la madrugada, saltó de
la cama y se puso a escribir. A las cinco había terminado
“Contribución a la constitución de los compuestos inorgánicos”,
el artículo que sentaba las bases de la teoría actualmente aceptada
sobre los compuestos de coordinación.
Alfred proponía flexibilizar las ideas
de Kekulé, de una valencia rígida en una dirección, a una esfera
de fuerza con el centro en el átomo. Sugería la existencia de un
número de coordinación, que sería el número de ligandos que un
determinado átomo metálico buscaría adquirir. Estas ideas eran
controvertidas pero lo suficientemente interesantes como para
asegurarle un puesto en la universidad.
Con el futuro asegurado, se dejó barba
y bigote para intentar conseguir un poco de respeto por parte de los
alumnos y colegas, se casó con una chica suiza y se dispuso a fundar
una familia y a probar su teoría. La familia estuvo completa 8 años
después. Probar la teoría le costaría 20 años de trabajo
incansable.
La rutina era siempre la misma:
proponía una estructura para un compuesto y predecía sus
propiedades a partir de ella. Después una laboriosísima serie de
síntesis muy meticulosas hasta conseguir el compuesto. Finalmente
caracterizar el compuesto, asegurarse de que era el que se quería
obtener y comprobar que sus propiedades correspondían a las
predichas. Por ejemplo, proponía que los octaedros tenían átomos
en posiciones fijas alrededor de un centro, lo que significaba que
tenían quiralidad y, por tanto, podían rotar la luz polarizada. Si
se encontraban los compuestos mediante síntesis, su actividad óptica
vendría a confirmar las ideas de Alfred.
A diferencia de los compuestos que usó
Pasteur, las moléculas ópticamente activas de Alfred no formaban
cristales que se pudiesen separar con pinzas. Empleó 18 años en
perfeccionar el método para conseguirlo con la ayuda inestimable de
su alumno de doctorado Victor King.
Pero siempre hay críticos, y eso no es
necesariamente malo. Se pensaba que la quiralidad era algo propio de
los átomos de carbono y, como en los compuestos de Alfred había
carbono, sugerían que la actividad óptica era consecuencia de la
presencia de éstos. En 1914, un año después de recibir el Nobel
por sus logros, con la ayuda de otra estudiante de doctorado, Sophie
Matissen, Alfred consiguió preparar un compuesto ópticamente activo
en el que sólo había nitrógeno, hidrógeno y oxígeno, despojando
al carbono de sus derechos exclusivos en lo que a quiralidad se
refiere.
Werner, maestro
Todos los avances químicos de Alfred
Werner están disponibles en múltiples recursos en la red (por ejemplo). Sin
embargo, en pocos lugares encontraréis su otra gran contribución a
la ciencia. Su labor como enseñante y director de personas, en lo
que fue un avanzado a su tiempo.
Alfred era un orador magnífico y
profesor vocacional. El aula en el que daba clases Alfred solía
contener de forma rutinaria del orden del doble de personas de las
que se suponía que era su capacidad: se sentaban en los pasillos, se
aglomeraban alrededor del banco de demostraciones. En verano había
desmayos y los rectores de la institución mostraban su preocupación
por los riesgos de incendio o explosión. Un chascarrillo de la época
era “¿cuándo ocupa un estudiante de química el volumen mínimo?
En una clase de Nunwiegeht's”. Ni que decir tiene que Nunwiegeht's
era uno de los motes de Alfred, por su costumbre de saludar con un
¿cómo te va?.
Alfred dirigió más
de 200 tesis doctorales y, siendo la Universidad de Zúrich pionera
en admitir mujeres para el doctorado, él fue pionero en admitirlas
en ciencia, aplicando una meritocracia estricta. Buena parte de sus
más 200 tesis dirigidas fueron escritas por mujeres. No es de
extrañar que personas de toda Europa y Estados Unidos fuesen a
Zúrich a estudiar con él.
El laboratorio de
Alfred en Zúrich era extraoficialmente conocido como “las
catacumbas”, celdas semisubterráneas donde siempre era necesaria
la iluminación artificial. Según una revista humorística de la
universidad, una muestra del aire de las catacumbas contenía de
forma típica “un 50% de ácidos evaporados, 30% de olores
nauseabundos de preparados, 10% de humo de cigarrillo, 5% de alcohol
y 5% de gas de iluminación mal quemado, lo suficiente para enviar al
más resistente de los individuos al gran más allá”. La
universidad, consciente de la necesidad de un nuevo edificio para
albergar los laboratorios, lo acabó concediendo, con lo que Alfred
trabajó incansablemente en su diseño y construcción mientras
seguía dirigiendo elementos fundamentales de su investigación.
Alfred empezó a dormir muchos días en su despacho de la universidad
y a buscar en el alcohol una forma rápida de relajarse.
El precio que
Alfred pagó fue muy alto. El estrés, el exceso de trabajo, su
consumo excesivo de tabaco y alcohol le llevaron al colapso nervioso.
No mucho después de recibir su nuevo edificio fue obligado a
dimitir.
Alfred Werner murió
en un hospital psiquiátrico de Zúrich poco después de cumplir los
53 años.
Esta entrada es una participación de Experientia docet en la XXII Edición del Carnaval de Química que organiza Roskiencia.
Hace tiempo oí hablar de este gran señor, pero no sabía nada de él. Gracias a este post ya tengo claro la vida de Alfred. Me ha entretenido mucho y me ha encantado, César. Muchísimas gracias por la entrada y es todo un honor ver una participación tuya en esta edición del Carnaval (espero verte más por alli :) ).
ResponderEliminarUn saludo,
Roskiencia.
Gran complemento al recién artículo que El Tamiz ha dedicado al Nobel de Werner. :)
ResponderEliminarMuchas gracias... He tenido la suerte de encontrar este blog, además puedo recibir regularmente información interesante, amena y calificada. Felicitaciones y fuerza para seguir con la hermosa tarea de compartir y acercar la ciencia a todos.
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