Un físico teórico puede distinguirse
de un matemático de varias maneras. Quizás la más inmediata sea
que el primero tiene la intención de que sus ecuaciones en última
instancia reflejen una parte del funcionamiento del universo,
mientras que las del segundo están autocontenidas. Podríamos
incluso ir más allá y decir que, por este hecho, los físicos
necesitan interpretar físicamente sus matemáticas, dotarlas de un
sentido físico, racionalizador, que haga al mundo pensable, lo que
podría argumentarse que surge de su propia condición de humanos. Y
también en esto la física cuántica es extraña.
Esta necesidad de dotar de sentido
físico a la mecánica cuántica se traduce en la adopción,
consciente o no, de una interpretación de la misma cuando se
transmite, ya sea en la enseñanza o en la comunicación de
resultados o en los libros de texto. La necesidad de un lenguaje
común, la presión de estandarización en un mundo global, hace que
una interpretación de la mecánica cuántica sea la predominante, la
llamada de Copenhague. El que esta interpretación en concreto tenga
esta posición de privilegio por una magnífica campaña de marketing
es un tema muy interesante de sociología de la ciencia pero que no
corresponde discutir ahora. Lo que quizás si debamos mencionar es
que muchos físicos no se salen de ella y llegan a negar cualquier
otra interpretación como fantasía (llegando a afirmar que ellos no
hacen filosofía, sino física, cuando en realidad lo que hacen es
renunciar a pensar, pero esa es otra cuestión).
Lo paradójico y llamativo es que
considerar la mecánica cuántica como completa y defender la
interpretación de Copenhague como la canónica es una misión de
corto recorrido. En cuanto se explora mínimamente nos encontramos
con indefiniciones, inexactitudes e incongruencias. Tanto es así,
que sin salirnos de Copenhague (término que usaremos como paraguas),
podemos hablar de tres grupos de interpretaciones estándar
fijándonos tan sólo en dos criterios y usando al gato deSchrödinger
como piedra de toque. Esos dos criterios son a) qué consideramos
como ente cuántico y b) qué consideramos medida.
Antes de explorar brevemente los tres
grupos de interpretaciones conviene recordar un par de cosas que
explican nuestra elección de criterios. En primer lugar, de acuerdo
con Copenhague, la razón por la que no podemos decir qué atributos
tiene un ente cuántico antes de la medida no es simplemente porque
no sepamos cuáles son. Sino que no podemos decir cuáles son porque
no existen antes de medir, esto es, no existe una realidad profunda e
independiente consistente en objetos con atributos definidos
existentes antes de la medición de los mismos (para ser precisos los
entes cuánticos sí tienen unos atributos antes de ser medidos, los
llamados atributos estáticos, como la masa; pero esto no influye en
el razonamiento).
En segundo, esto no significa que
Copenhague niegue la existencia de la realidad: existe un electrón
por ahí, existen entes cuánticos en general, pero algunas de sus
características no las puedo conocer hasta de que mida. Dicho esto,
veamos cómo interpretan la realidad cada uno de los tres grupos de
interpretaciones.
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