Estos días, desde su aparición el pasado día 22, ha aparecido
varias veces por mi cronología de Twitter una noticia publicada originalmente en
Materia titulada “Una bacteria que vive entre heces desafía a los
amos del petróleo” firmada por Manuel Ansede y que ha sido recogida
por diversos medios como, por ejemplo, El
Economista. La aparición en Twitter se debía o bien a que a alguien le parecía un gran logro, revolucionario, o a que a alguien no le terminaba de cuadrar. En todas las ocasiones he dejado clara mi opinión
sobre ella: grandilocuente, amarillista, presta atención a detalles
sin importancia (heces, vertidos en Níger) y no entra en otros más
importantes (impacto medioambiental y económico) y sólo menciona un genérico "múltiples obstáculos", fácilmente interpretable por los conspiranoicos como referidos a los puestos por "los amos del petróleo" asaz desafiados.
Estaba
considerando la posibilidad de escribir sobre el asunto cuando me he
encontrado con un
artículo en la Smithsonian Magazine de Joseph Stromberg que es, posiblemente, lo más
cercano a la perfección que un químico industrial como yo puede
pedir a un medio periodístico. Lo que sigue es una
traducción del mismo, empezando con el titular;
en negrita, algunas ideas-fuerza mías. Dejo al amable lector que
saque sus conclusiones.
Post scriptum: José Cuesta (@inerciacreativa) nos señala que algo de esto ya ha aparecido en documentales de la BBC. ¿Y cómo es posible si este artículo apareció publicado el 17 de abril de este año? Pues muy fácil, porque otro equipo de Berkeley hizo algo similar en 2010. La principal diferencia estaba en el sustrato, en vez de ácidos grasos, celulosa. Se puede leer sobre este estudio aquí y aquí. A este respecto es interesante hacer notar que este resultado se publicó en Nature, fue financiado por Chevron, pero que la expansión de la planta piloto anunciada, curiosamente, también el 17 de abril, es para la producción de n-butanol.
Post scriptum: José Cuesta (@inerciacreativa) nos señala que algo de esto ya ha aparecido en documentales de la BBC. ¿Y cómo es posible si este artículo apareció publicado el 17 de abril de este año? Pues muy fácil, porque otro equipo de Berkeley hizo algo similar en 2010. La principal diferencia estaba en el sustrato, en vez de ácidos grasos, celulosa. Se puede leer sobre este estudio aquí y aquí. A este respecto es interesante hacer notar que este resultado se publicó en Nature, fue financiado por Chevron, pero que la expansión de la planta piloto anunciada, curiosamente, también el 17 de abril, es para la producción de n-butanol.
Una bacteria E. coli modificada
genéticamente ya puede sintetizar combustible diésel.
Durante las últimas décadas los investigadores han desarrollado
biocombustibles a partir de una llamativa variedad de organismos
(soja, maíz, algas, arroz e incluso hongos). Sin embargo, ya sea en
la forma de etanol o de biodiésel, todos estos biocombustibles
sufren de la misma limitación: han de ser refinados y mezclados con
grandes cantidades de combustibles convencionales basados en el
petróleo para que funcionen en los motores actuales.
Si bien este no es en absoluto el único problema actual de
los biocombustibles, un nuevo enfoque de un grupo de investigadores
de la Universidad de Exeter (Reino Unido) parece que podría resolver
al menos este inconveniente en concreto de un plumazo. En un
artículo publicado en los Proceedings of the National Academy of
Sciences el equipo explica que ha modificado genéticamente una
bacteria E. coli para producir moléculas que son
intercambiables con las que están presentes en los combustibles
diésel que ya se venden comercialmente. Los productos de esta
bacteria, si se generasen a gran escala, podrían teóricamente
ir directamente a los millones de motores de coches y camiones que
usan diésel a nivel mundial, sin la necesidad de ser mezclado con
diésel basado en petróleo.
El grupo, liderado por John Love, consiguió estos resultados
mezclando y encajando genes de distintas especies bacterianas e
insertándolos en la E. coli usada en el experimento. Cada uno
de estos genes codifica enzimas concretas, por lo que cuando los
genes se insertan en la E. coli, la bacteria adquiere la
capacidad de sintetizar estas enzimas. Como resultado también gana
la capacidad de realizar las mismas reacciones metabólicas que esas
enzimas realizan en cada una de las especies bacterianas donantes.
Seleccionando y combinando cuidadosamente reacciones metabólicas
los investigadores construyeron una ruta química artificial paso a
paso. Usando esta ruta la E. coli modificada genéticamente
fue capaz de absorber las moléculas de grasa de un caldo con alto
contenido en ácidos grasos que llenaba la placa petri en la
que crecía y se reproducía, convertirlas en hidrocarburos y
excretarlos como producto de desecho.
Los hidrocarburos son la base de todos los combustibles basados en
el petróleo, y las moléculas concretas que han conseguido que
produzca la E. coli son las mismas presentes en los combustibles
diésel comerciales. Hasta ahora sólo han producido cantidades
minúsculas de este biodiésel bacteriano, pero si fuesen
capaces de hacer crecer estas bacterias a gran escala y extraer su
producción de hidrocarburos, tendrían diésel listo para usar.
Por supuesto que aún queda por ver si el combustible producido de
esta manera será capaz de competir en términos de coste con el
diésel convencional.
Además, la energía nunca viene de la nada, y la energía
contenida en este combustible bacteriano se origina en el caldo de
ácidos grasos en el que creció la bacteria. Como resultado,
dependiendo de la fuente de estos ácidos grasos, este nuevo
combustible podría ser objeto de algunas de las mismas críticas
que se hacen a los biocombustibles actualmente en producción.
Por ejemplo, está el argumento de que convertir alimentos (ya sea
maíz, soja u otros cultivos) en combustible causa perturbaciones
en el mercado de alimentos global, incrementando la volatilidad
de los precios, tal y como reflejó un
estudio de la ONU el año pasado. Además, si el objetivo de
desarrollar nuevos combustibles es combatir el cambio climático,
muchos biocombustibles se quedan enormemente cortos, a pesar de
su imagen “verde”. Usar etanol hecho a partir de maíz (el
biocombustible más usado en los Estados Unidos), por ejemplo,
probablemente
no sea mejor que quemar gasolina convencional en términos de emisión
de carbono, y puede que de hecho sea peor, dada toda la energía
que se emplea en el cultivo y su procesamiento para combustible.
El que este diésel a partir de bacterias sufra de estos mismos
problemas depende en gran medida de la fuente de ácidos grasos que
se termine usando para hacer crecer la bacteria a escala comercial:
si proviene de un cultivo de potencial uso alimentario (digamos
aceite de soja o de maíz) o si viene de una fuente de energía
actualmente pasada por alto. Pero el nuevo enfoque ya tiene una
ventaja importante: Solo los pasos necesarios para refinar otros
biocombustibles para que puedan usarse en los motores ya emplean
energía y generan emisiones de carbono. Eliminando estos pasos, el
nuevo biodiésel podría ser una elección de combustible eficiente
desde el comienzo.
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