Una de las extrañezas que caracterizan a la mecánica cuántica
es la dualidad onda-corpúsculo que mencionábamos en la primera
entrega de esta serie. En 1924 Louis-Victor de Broglie formulaba la
conocida como hipótesis de de Broglie que viene a decir que toda
materia (eso le incluye, querido lector) tiene una onda asociada cuya
longitud de onda es el resultado de dividir la constante de Planck
por su momento (el producto de la masa por la velocidad). Esto no era
más que una generalización de la hipótesis que Einstein empleó en
1905 para los fotones a la hora de abordar el problema del efecto
fotoeléctrico.
La hipótesis de de Broglie está en el corazón mismo de la
mecánica cuántica. Debido a ella el estado de cualquier sistema
puede ser descrito por una función de onda dada por la ecuación de
Schrödinger. A partir de aquí las matemáticas están claras. No
tanto la física y su interpretación.
Alguno puede alarmarse al leer que la física no está clara
cuando existe tanta evidencia experimental de que sabemos manejar la
dualidad onda-corpúsculo. Démonos cuenta, sin embargo, de que este
manejo es puramente instrumental y que, si partimos de la hipótesis
de que la física describe la realidad, las cosas ya no están tan
definidas.
La dualidad onda corpúsculo sería una propiedad fundamental del
universo y una manifestación del principio de complementariedad de
Bohr que podría expresarse como: los resultados de las mediciones
efectuadas sobre objetos gobernados por la mecánica cuántica
dependen del tipo de dispositivo de medida empleado y deben ser
descritos necesariamente en términos mecánicos clásicos. O, dicho
de otra manera, según la interpretación de Copenhague
(véase Decoherencia o el papel de la consciencia), de la
que el principio de complementariedad es piedra angular, podemos
medir el comportamiento de una partícula como corpúsculo o como
onda, pero no los dos simultáneamente*.
Pero, ¿y si la dualidad onda-corpúsculo fuese una propiedad
emergente? ¿La parte mensurable de una realidad más profunda? A
poco que reflexionemos vemos que las matemáticas, los experimentos y
las aplicaciones de la mecánica cuántica seguirían estando ahí,
inalterados. Sólo cambia la realidad atribuible a corpúsculo y
onda, su “física” en el sentido de descripción de la realidad,
si se quiere. Ambos serían realidades físicas.
La onda piloto
A raíz del artículo de Max Born de 1926, en el que se sugería
que la función de onda de Schrödinger representa la densidad de
probabilidad de encontrar una partícula, de Broglie desarrolló la
teoría de la “onda piloto”: un ente cuántico consistiría en
una onda física en el espacio real que posee una región esférica
singular que no es otra cosa que una partícula. Dicho con otras
palabras: una partícula es un corpúsculo real acompañado por una
onda que lo guía (piloto), también real.
De Broglie presentó su teoría en la Conferencia Solvay de 1927
sólo para encontrarse con las críticas ácidas de Pauli (aquí
tenemos otro caso interesante de sociología de la ciencia), que de
Broglie no supo, o no pudo, contrarrestar. De Broglie, que contaba
con el tibio apoyo de Born, abandonó. Veinticinco años después
David Bohm, insatisfecho con las interpretaciones de Copenhague,
redescubriría la teoría de la onda piloto de de Broglie y la
ampliaría para los sistemas de muchas partículas.
La teoría de de Broglie-Bohm habría pasado desapercibida si no
hubiese sido por John Bell, el de las desigualdades de su nombre
(véase Entrelazamientos y desigualdades). Bell demostró que
las objeciones originales de Pauli (y las posteriores de von Neumann)
lo único que demostraban era que la teoría de la onda piloto no era
local. De hecho, el propio Bell demostró que las teorías
mecanocuánticas capaces de reproducir los fenómenos cuánticos no
poseen variables ocultas o, si existen, no son locales. Si nos
fijamos, ¡oh, sorpresa!, la teoría de de Broglie-Bohm es
precisamente esto último: una interpretación de la mecánica
cuántica determinista, con variables ocultas y no local.
Estamos pues ante una interpretación de las matemáticas y los
experimentos de la mecánica cuántica que nos dice que, a diferencia
de la interpretación de Copenhague, los entes cuánticos tienen
posiciones definidas antes de la medida. Nuestro desconocimiento de
cuáles son sería del mismo tipo del de no saber cuantas monedas
tiene en la mano tu contrincante a los chinos. Por lo tanto el
gato de Schrödinger nunca está en una superposición de estados,
simplemente no sabemos en cuál está.
La interpretación de de Broglie-Bohm puede pues considerarse una
alternativa sólida a la estándar de Copenhague, con el añadido de
que es determinista o, si lo anterior suena muy drástico, más
digerible para el sentido común (se han encontrado, por
ejemplo, ondas piloto macroscópicas). Pero, el inteligente
lector se preguntará, si esto es así, ¿por qué no es la
predominante?
Sigue leyendo en el Cuaderno de Cultura Científica
1 comentario:
Todo lo cuántico me parece una patochada enorme fanática religiosa mas que ciencia... Es mas, no creo que se comporte de dos formas, ni mucho menos. Simplemente creo que o se enteran de como funciona todavia. Y han montado todo un rollo místico absurdo que no se entiende como científicos pueden "colar" por ahí... Parecen salidos de universidades católicas. Todo parte de una base que es evidentemente incorrecta.
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