martes, 21 de mayo de 2013

Ni ciencia, ni pseudociencia, ciencia patológica



Irving Langmuir fue un científico en la frontera entre lo experimental y lo teórico. Fue la antítesis de la imagen prototípica del científico: práctico, pragmático, elegante, industrial, con una gran capacidad de comunicación. Recibió el premio Nobel y fue presidente de la Asociación Química Americana (ACS, por sus siglas en inglés). En una famosa charla-coloquio de 1953 describió lo que él llamó la “ciencia de las cosas que no son” o, como sería conocida más tarde, “la ciencia patológica”. Langmuir consideraba ciencia patológica aquella investigación realizada según el método científico, pero marcada por sesgos inconscientes o efectos subjetivos. La ciencia patológica no debe confundirse con la pseudociencia, que no tiene pretensión alguna de seguir el método científico.

Langmuir

Irving Langmuir nació en Nueva York en 1881 y se graduó en la Escuela de Minas de la Universidad de Columbia en ingeniería metalúrgica en 1903. A principios del siglo XX el centro del nuevo conocimiento sobre la constitución de la materia estaba repartido entre Inglaterra y Alemania, con el permiso de Francia. Langmuir opta por dirigirse a Gotinga a estudiar con Walther Nernst, atraído por lo que son los nuevos experimentos que mezclan gases y electricidad. Sólo tres años después ya es doctor.

Tras una formación de primer nivel era natural que su primer empleo fuese como profesor, en concreto en el Instituto Stevens de Tecnología. Tardó muy poco en aburrirse de la vida académica. En 1909 llegó al recién inaugurado laboratorio de investigación de General Electric (GE) en Schenectady (Nueva York), donde permanecería 41 años.

Su primer trabajo fue resolver los problemas que tenían en GE con el nuevo filamento de tungsteno de las bombillas. Como resultado las bombillas pasaron a estar llenas gas (nitrógeno primero, argón después) para evitar la oxidación del filamento y a incorporar éste retorcido en forma de espiral para inhibir la vaporización del tungsteno.

Sus investigaciones puramente industriales le llevaron siempre a preguntarse por el fundamento teórico. Un aspecto notable de este interés fue su incursión en la teoría del enlace químico en términos electrónicos. Langmuir se basó ampliamente en la teoría de Gilbert Lewis, desarrollándola, y ofreciendo como resultado en 1919 el concepto de enlace covalente. Pero cuando Langmuir comenzó a hacerse conocido se abrió una de las más agrias disputas que se recuerdan con Lewis por la prioridad en las ideas. Pasado un tiempo prudencial, podemos afirmar que la mayor parte del mérito teórico fue de Lewis, pero que fue Langmuir el que consiguió hacer inteligible y promocionar la idea. Y es que Langmuir era un gran orador.

No fueron sus estudios sobre el enlace químico los que le valieron el Nobel en 1932, sino sus estudios pioneros sobre las monocapas superficiales, lo que después se ha llamado química o física de superficies. Langmuir fue fundamental en este campo, pero no estuvo sólo (hubo dos mujeres pioneras que hicieron un trabajo importantísimo en este campo, Agnes Pockels con anterioridad, y Katharine Blodgett, al lado de Langmuir).



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