Irving Langmuir fue un científico en la frontera entre lo
experimental y lo teórico. Fue la antítesis de la imagen
prototípica del científico: práctico, pragmático, elegante,
industrial, con una gran capacidad de comunicación. Recibió el
premio Nobel y fue presidente de la Asociación Química Americana
(ACS, por sus siglas en inglés). En una famosa charla-coloquio de
1953 describió lo que él llamó la “ciencia de las cosas que no
son” o, como sería conocida más tarde, “la ciencia patológica”.
Langmuir consideraba ciencia patológica aquella investigación
realizada según el método científico, pero marcada por sesgos
inconscientes o efectos subjetivos. La ciencia patológica no debe
confundirse con la pseudociencia, que no tiene pretensión alguna de
seguir el método científico.
Langmuir
Irving Langmuir nació en Nueva York en 1881 y se graduó en la
Escuela de Minas de la Universidad de Columbia en ingeniería
metalúrgica en 1903. A principios del siglo XX el centro del nuevo
conocimiento sobre la constitución de la materia estaba repartido
entre Inglaterra y Alemania, con el permiso de Francia. Langmuir opta
por dirigirse a Gotinga a estudiar con Walther Nernst, atraído por
lo que son los nuevos experimentos que mezclan gases y electricidad.
Sólo tres años después ya es doctor.
Tras una formación de primer nivel era natural que su primer
empleo fuese como profesor, en concreto en el Instituto Stevens de
Tecnología. Tardó muy poco en aburrirse de la vida académica. En
1909 llegó al recién inaugurado laboratorio de investigación de
General Electric (GE) en Schenectady (Nueva York), donde permanecería
41 años.
Su primer trabajo fue resolver los problemas que tenían en GE con
el nuevo filamento de tungsteno de las bombillas. Como resultado las
bombillas pasaron a estar llenas gas (nitrógeno primero, argón
después) para evitar la oxidación del filamento y a incorporar éste
retorcido en forma de espiral para inhibir la vaporización del
tungsteno.
Sus investigaciones puramente industriales le llevaron siempre a
preguntarse por el fundamento teórico. Un aspecto notable de este
interés fue su incursión en la teoría del enlace químico en
términos electrónicos. Langmuir se basó ampliamente en la teoría
de Gilbert Lewis, desarrollándola, y ofreciendo como resultado en
1919 el concepto de enlace covalente. Pero cuando Langmuir comenzó a
hacerse conocido se abrió una de las más agrias disputas que se
recuerdan con Lewis por la prioridad en las ideas. Pasado un tiempo
prudencial, podemos afirmar que la mayor parte del mérito teórico
fue de Lewis, pero que fue Langmuir el que consiguió hacer
inteligible y promocionar la idea. Y es que Langmuir era un gran
orador.
No fueron sus estudios sobre el enlace químico los que le
valieron el Nobel en 1932, sino sus estudios pioneros sobre las
monocapas superficiales, lo que después se ha llamado química o
física de superficies. Langmuir fue fundamental en este campo, pero
no estuvo sólo (hubo dos mujeres pioneras que hicieron un trabajo
importantísimo en este campo, Agnes Pockels con
anterioridad, y Katharine Blodgett, al lado de Langmuir).
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