“Los cometas no son restos del disco protoplanetario que dio origen al Sistema Solar. Realmente son sondas que manda una civilización que habita un planeta errante oscuro, llamado Hadesun, más allá de la parte más exterior del Sistema Solar para comprobar la evolución de los humanos en la Tierra. Por eso los gobiernos de las potencias mundiales están enviando sondas (Stardust, Rosetta, Deep Impact) con objeto de hacerse con esa tecnología.”
No
sé si existe algún grupo que sostenga algo parecido a lo anterior.
En cualquier caso, yo me lo acabo de inventar a los efectos de
ilustrar lo que sigue.
Fijémonos
en el planteamiento: unimos hechos conocidos, a saber, existen los
cometas, tienen órbitas que los llevan a los confines del Sistema
Solar, su interior es desconocido (afirmación implícita), se está
gastando dinero en misiones complicadas para obtener información
sobre ellos, con una explicación estrambótica pero que, en cierta
manera, da cuenta de los hechos. Habrá quien la crea, además.
Aquí
viene uno de los quids de la cuestión que queremos plantear: la
explicación hadesunita “es falsable” en el sentido que venimos
criticando las dos últimas semanas (aquí y aquí).
Entonces, ¿es el hadesunismo una explicación científica hasta que
no se demuestre su falsedad? ¿Está a un nivel científico mayor que
la teoría de cuerdas, por ejemplo?
Si
reflexionamos un momento, veremos que demostrar explícitamente la
falsedad del hadesunismo no es tarea fácil. Las explicaciones que
demos se basarán en modelos de la formación del Sistema Solar, en
plausibilidades y en la navaja de Ockham pero no en una comprobación
experimental de que Hadesun no existe. Por lo tanto estas
explicaciones serán fácilmente criticables y habrá multitud de
hipótesis auxiliares a las que recurrir cuando los datos
experimentales que esgrimamos indiquen que Hadesun no existe.
Digámoslo claramente, es en este tipo de “dificultades” en el
que se basa la pervivencia de muchas pseudociencias y, de paso,
muchas creencias de tipo religioso .
Y,
sin embargo, la resolución de este tipo de planteamientos ya la
encontraron hace unos dos mil años los abogados romanos y es
extrapolable a la filosofía de la ciencia. Cualquier picapleitos
romano habría inmediatamente esgrimido elonus probandi, la
carga de la prueba, enunciando adecuadamente el affirmanti
incumbit probatio, al que afirma le incumbe la prueba, esto
es, será quien afirme que existe Hadesun* quien haya de aportar
pruebas tangibles de su existencia. Algo implícito en esta
tangibilidad es que debe ser comprobable/reproducible por cualquiera
siguiendo una metodología conocida, en cualquier momento y que no
valen ni textos revelados, ni palabras de una “autoridad”.
Vemos
que a la falsabilidad se le da la vuelta como un calcetín: no es una
característica inherente a la hipótesis que la legitime, sino la
actitud con la que debe ser tratada, siendo su falsedad la
posición por defecto. De la misma manera, vemos que las
hipótesis ganarán valor por sus éxitos. Si nos damos cuenta, y
siguiendo con los latinajos legales, es un habeas corpus al
revés, “una hipótesis es falsa hasta que se demuestra lo
contrario”.
La
demarcación entre ciencia y pseudociencia no es tan fácil como
parece y lo que sí parece evidente es que no puede basarse en un
único criterio.
Sigue leyendo en el Cuaderno de Cultura Científica
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