En no pocas ocasiones, y con los más
variados objetivos, se menciona un concepto llamado “el método
científico”. Ocurre que en la inmensa mayoría de esas ocasiones
se da por sentado que “el método científico” es uno, a saber,
el hipotético-deductivo.
Sin embargo, el azar juega un papel muy importante en el progreso
científico. Se estima que entre el 33 y el 50% de los
descubrimientos tiene algún componente de azar. Si algo tiene en
común la práctica científica actual bien realizada,
independientemente del campo concreto, es que está diseñada para
beneficiarse de este hecho. Y esta forma de actuar hace que no
podamos hablar de un método científico lineal, como el
hipotético-deductivo, como el mejor descriptor de lo que hacen los
científicos realmente. Veamos un ejemplo histórico para ilustrar lo
que queremos decir.
Becquerel y el descubrimiento de la
radioactividad
Es muy conocida la anécdota del
descubrimiento de la radioactividad: “En
1896 Becquerel descubrió por accidente el fenómeno de la
radiactividad, observó que unas placas fotográficas que había
guardado en un cajón envueltas en papel oscuro estaban veladas. En
el mismo cajón había guardado un trozo de mineral de uranio.
Becquerel comprobó que lo sucedido se debía a que el uranio emitía
una radiación mucho más penetrante que los rayos X. Becquerel había
descubierto la radiactividad, pero su explicación era incorrecta.”
(tomada de aquí).
Dicho así esto parece un caso
completamente azaroso, sin relación alguna con ningún tipo de
metodología. Y no es así. De hecho Becquerel estaba siguiendo el
método hipotético-deductivo a rajatabla, si bien lo que le permitió
tener éxito fue precisamente lo que no está en una exposición de
dicho método.
El 20 de enero de 1896 tuvo lugar una
sesión de la Academia de Ciencias de París, en la que los
asistentes quedaron pasmados ante la presentación que hizo Henri
Poincaré de las primeras radiografías (término actual) que le
había remitido Wilhelm Röntgen. La exposición que hizo incluía
una descripción del origen de estos rayos desconocidos (rayos X) en
la franja luminosa de la pared que recibía el flujo catódico en un
tubo de vacío.
Varios de los físicos presentes se
aprestaron a investigar el fenómeno y muchos formularon una
hipótesis similar: como se relacionaba esta franja luminosa con el
fenómeno de la fosforescencia (la reemisión de radiación absorbida
durante un tiempo tras el el cese de la radiación incidente), quizás
los minerales fosforescentes también serían capaces de emitir rayos
X tras la exposición a la luz solar. Todos, incluido Becquerel,
recurrieron a minerales fosforescentes conocidos: el espato de flúor
(fosforita) o la blenda hexagonal (wurtzita), por ejemplo. Sin éxito.
Si el falsacionismo fuese una
descripción adecuada del acontecer cotidiano en la ciencia, ahí
debería haber quedado la relación entre fosforescencia y rayos X.
Pero el hecho cierto es que donde otros abandonaron, Becquerel
recurrió a las sales de uranio. También es cierto que era
prácticamente el único que podía hacerlo y que lo hizo movido por
un razonamiento que podríamos calificar, siendo amables, de
“frágil”.
Continúa leyendo en el Cuaderno de Cultura Científica.
1 comentario:
http://www.youtube.com/watch?v=70fwivCntc4
muy buen sitio, enhorabuena
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