martes, 10 de septiembre de 2013

Galileo vs. Iglesia Católica redux (III): Observaciones


En la imagen de Jean-Léon Huens que aparecía en la primera anotación de esta serie podíamos ver a Galileo intentando “convencer a los escépticos eclesiásticos de que en la Luna hay montañas y de que el planeta Júpiter tiene varias lunas propias”. Esos son solo dos de los descubrimientos que realizó Galileo con el telescopio. En esta anotación veremos muy brevemente la mayoría de ellos, analizando su potencial influencia posterior en el debate, y en la próxima analizaremos con algo más de detalle el más importante de todos para apoyar una visión heliocentrista del Sistema Solar.

Hay montañas en la Luna...

Galileo fue uno de los primeros en apuntar con un telescopio a la superficie lunar, observar sus características y describirlas. Esta descripción incluía montañas, llanuras y lo que hoy conocemos como cráteres. Con el ojo desnudo uno también puede verlas, y otros antes de Galileo habían especulado con que había montañas en la Luna, pero sólo con el telescopio podían describirse con cierto detalle.

Como es evidente, el hecho de que haya montañas en la Luna no dice nada sobre si la Tierra se mueve o esta quieta. Este es un dato que aparecerá en el debate porque vendría a provocar un reajuste en la visión aristotélica del universo. Reajuste, que no ruptura; veámoslo.

Para Aristóteles los objetos celestes (la Luna y más allá) están hechos de éter, y sólo de éter, lo que implicaba la perfección de sus movimientos y formas, ambos perfectamente circulares. Si hay montañas en la Luna se rompe la perfección aristotélica. Pero, gracias a una pequeña sutileza esta objeción al modelo puede salvarse fácilmente: como la Luna está en la frontera entre las regiones supralunares (perfectas) y las infralunares (imperfectas), sólo tengo que considerar que la Luna es parte de éstas y que marca el límite de las regiones infralunares que ahora incluirían a la Luna.

Con este subterfugio se mantiene el sistema de creencias imperante inalterado en lo básico, pero las montañas en la Luna muestran que el sistema debe ser alterado aunque sea en un aspecto menor.


Además las montañas en la Luna suponen una invitación a cambiar de mentalidad para los físicos. A comienzos del siglo XVII no se conocía la ley de la inercia (Galileo avanzaría en su determinación; Newton le daría su forma definitiva), por lo que se suponía, siguiendo a Aristóteles, que una fuerza debía actuar continuamente sobre un cuerpo para que este siguiese en movimiento. Llevando esta idea a sus últimas consecuencias a comienzos del siglo XVII se veía la necesidad de la existencia de una fuerza continua como un argumento en contra del movimiento de una gigantesca roca como la Tierra: no había nada capaz de moverla. Pero con el telescopio se ve que la Luna también es una enorme roca, y se mueve. Entonces si una roca como la Luna se mueve continuamente, ¿por qué no la Tierra?

Continúa leyendo en el Cuaderno de Cultura Científica

No hay comentarios: