Algún cursi de blanco pelo ensortijado ha dicho hace poco que el cerebro humano es “la obra cumbre de la naturaleza”, como si ésta fuese agente y como si no hubiese un más allá en la evolución. Este mismo cursi es el que resalta su portentosa organización y se maravilla de cómo, de un montón de células que apenas llega al kilo y medio, puede emerger la, y cito, “hechicería de la ciencia y lo sublime del arte”. Lo que cursis como este no suelen mencionar es que este mismo encéfalo (recordemos que el cerebro es sólo una parte) tiene auténticas dificultades para controlarse más allá de la homeostasis tisular más básica, es decir, autocontrolar las llamadas funciones superiores. Este mismo encéfalo se autoatormenta con ansiedades y fobias inexplicables, tristezas suicidas y adicciones destructivas de todo color y condición.
Esta
falta de autocontrol ha llevado al desarrollo desde que se tiene
noticia de distintas técnicas para mejorarlo. Muchas de estas
técnicas han estado ligadas a alguna forma de espiritualidad. Así
desde las reglas de las órdenes religiosas más austeras y los
ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, por citar ejemplos
próximos, al yoga hindú, los humanos han buscado formas de
incrementar el control sobre sus acciones. Algo cuya dificultad
surge, como hemos comentado en alguna ocasión, de que la mayor parte
de nuestras decisiones se toman a nivel inconsciente influidas por
aspectos evolutivos completamente irracionales y fuera del ámbito de
la consciencia; como solemos repetir, somos seres racionalizadores,
no racionales.
No
obstante lo anterior, en los últimos tiempos parece estar
asentándose la idea de que existen formas, validadas por repetidos
estudios neurocientíficos, de incrementar de forma efectiva ese
autocontrol. Así, por ejemplo, con ayuda de la resonancia magnética
funcional en tiempo real (rtfMRI, por sus siglas en inglés) usada
como retroalimentación ha habido personas que han sido capaces de
autorregular funciones encefálicas de tal forma que, al menos
transitoriamente, han reducido la ansiedad y mejorado su estado de
ánimo general.
Pero,
como es obvio, nadie va a tener en casa un rtfMRI para su uso y
disfrute particular. Por eso es mucho más interesante otra forma de
conseguir lo mismo: la meditación. Si bien existen muchas variantes
con un marcado carácter espiritual, su adaptación clínica, esto
es, la práctica sin ningún componente espiritual (que es
básicamente una racionalización, pero este es otro tema) está
demostrando ser útil para una serie de desequilibrios mentales. En
concreto un tipo específico de meditación, la que nosotros
llamaremos meditación de atención plena o MAP (en inglés
mindfulness
meditation).
Se
puede considerar que la MAP no es otra cosa que una
bioretroalimentación, rudimentaria si se quiere, en la que la
persona comprende
sus
sentimientos y estados mentales, auto-reflexiona y usa esta reflexión
como retroalimentación.
La
MAP cambia el encéfalo
La
investigación de la última década parece indicar que la MAP cambia
el encéfalo de muchas maneras. A este respecto es interesante la
revisión que realizaron (2012) Davidson y McEwen en Nature
Neuroscience
[1].
En
2009 saltó a los titulares de la prensa el descubrimiento de que la
meditación aumenta la materia gris [2] (nosotros lo tratamos aquí).
En una investigación posterior [3] por parte de un equipo
independiente dirigido por Sara Lazar se encontró que efectivamente
existían diferencias estructurales entre meditadores de mucho tiempo
y sujetos de control y que, tras sólo unas semanas de meditación,
se apreciaban incrementos de materia gris en aquellas áreas
implicadas en el control emocional y de otras funciones cognitivas.
Todo
lo anterior está muy bien pero, ¿existen pruebas que liguen la MAP
con una mejora del autocontrol y que esto se traduzca en un cambio
físico apreciable? Esto es, las mejoras en autocontrol ¿tienen un
correlato físico medible? (lo que indicaría, incidentalmente, que
es el cuerpo el que se refuerza, no una presunta alma).
El
equipo de Lazar ha investigado esta conexión entre autocontrol y
cambios físicos. Para ello se fijaron en una técnica clínica
basada en la MAP para controlar el estrés patológico llamada
Reducción del Estrés Basada en MAP (MBSR, por sus siglas en
inglés), que tiene mucho éxito a la hora de mejorar los síntomas,
pero de la que se desconocían sus mecanismos.
Para
ello los investigadores dividieron a personas que padecen trastorno de ansiedad generalizada en dos grupos, uno recibiría un
entrenamiento en gestión del estrés sin meditación y el otro en
MBSR. Ambos durante 8 semanas. Los resultados aparecieron publicados
este año [4].
Los
participantes en el estudio que practicaron MBSR tenían de forma
apreciable menores niveles de ansiedad que el grupo de control (ambos
grupos presentaron reducción). Lo más interesante es
que se apreció un incremento en la actividad de las regiones
prefrontales tras el MBSR, y en la conectividad entre las áreas
prefrontales y la amígdala. Cuanto mayor era el incremento, mayor
era la reducción en los niveles de ansiedad.
Los
estudios que tratan esta conexión entre neuroplasticidad y MAP son
cada vez más abundantes. Baste, a título de ejemplo, que en enero
de este año Social,
Cognitive and Affective Neuroscience
dedicase un número
especial a la neurociencia de la MAP, que trata investigaciones
tan diversas como el efecto de la MAP en la ansiedad social, el
tabaquismo o la depresión.
Vemos
sus efectos, pero, ¿cómo actúa la MAP? Parte de la respuesta
podría estar en un estudio recién publicado por el equipo
encabezado por Kathleen Garrison en NeuroImage [5]. Usando rtfMRI los
investigadores descubrieron que la descripción de los meditadores de
la auto-reflexión durante la meditación (cómo la mente se
concentra en un objeto, se evade y luego vuelve a la tarea) se
corresponde muy bien con la actividad en el córtex cingulado posterior
(CCP), una parte del cerebro relacionada con el pensamiento
auto-referente.
Pero
hay más. Cuando los participantes en el estudio veían los
resultados de su propia actividad cerebral, los meditadores
experimentados (no los novatos) eran capaces de incrementar la
actividad del CCP a voluntad. Por tanto la MAP sería, de hecho,
entrenarse en alterar esa región cerebral.
Para
los que ya meditan esto no es más que la confirmación de lo que ya
sabían.
Referencias:
[1] Davidson R.J. & McEwen B.S. (2012). Social influences on neuroplasticity: stress and interventions to promote well-being, Nature Neuroscience, 15 (5) 689-695. DOI: 10.1038/nn.3093
[2] Luders E., Toga A.W., Lepore N. & Gaser C. (2009). The underlying anatomical correlates of long-term meditation: Larger hippocampal and frontal volumes of gray matter, NeuroImage, 45 (3) 672-678. DOI: 10.1016/j.neuroimage.2008.12.061
[3] Hölzel B.K., Carmody J., Vangel M., Congleton C., Yerramsetti S.M., Gard T. & Lazar S.W. (2011). Mindfulness practice leads to increases in regional brain gray matter density, Psychiatry Research: Neuroimaging, 191 (1) 36-43. DOI: 10.1016/j.pscychresns.2010.08.006
[4] Hölzel B.K., Hoge E.A., Greve D.N., Gard T., Creswell J.D., Brown K.W., Barrett L.F., Schwartz C., Vaitl D. & Lazar S.W. & (2013). Neural mechanisms of symptom improvements in generalized anxiety disorder following mindfulness training, NeuroImage: Clinical, 2 448-458. DOI: 10.1016/j.nicl.2013.03.011
[5] Garrison K.A., Scheinost D., Worhunsky P.D., Elwafi H.M., Thornhill T.A., Thompson E., Saron C., Desbordes G., Kober H. & Hampson M. & (2013). Real-time fMRI links subjective experience with brain activity during focused attention, NeuroImage, 81 110-118. DOI: 10.1016/j.neuroimage.2013.05.030
[2] Luders E., Toga A.W., Lepore N. & Gaser C. (2009). The underlying anatomical correlates of long-term meditation: Larger hippocampal and frontal volumes of gray matter, NeuroImage, 45 (3) 672-678. DOI: 10.1016/j.neuroimage.2008.12.061
[3] Hölzel B.K., Carmody J., Vangel M., Congleton C., Yerramsetti S.M., Gard T. & Lazar S.W. (2011). Mindfulness practice leads to increases in regional brain gray matter density, Psychiatry Research: Neuroimaging, 191 (1) 36-43. DOI: 10.1016/j.pscychresns.2010.08.006
[4] Hölzel B.K., Hoge E.A., Greve D.N., Gard T., Creswell J.D., Brown K.W., Barrett L.F., Schwartz C., Vaitl D. & Lazar S.W. & (2013). Neural mechanisms of symptom improvements in generalized anxiety disorder following mindfulness training, NeuroImage: Clinical, 2 448-458. DOI: 10.1016/j.nicl.2013.03.011
[5] Garrison K.A., Scheinost D., Worhunsky P.D., Elwafi H.M., Thornhill T.A., Thompson E., Saron C., Desbordes G., Kober H. & Hampson M. & (2013). Real-time fMRI links subjective experience with brain activity during focused attention, NeuroImage, 81 110-118. DOI: 10.1016/j.neuroimage.2013.05.030
1 comentario:
"Este mismo encéfalo se autoatormenta con ansiedades y fobias inexplicables, tristezas suicidas y adicciones destructivas de todo color y condición.
Esta falta de autocontrol..."
Siempre he querido que te detengas a explicarme cómo asumes con tanta rotundidad la prevalencia inconsciente, pero inmediatamente posicionas a la persona y al autocontrol (al control) del lado de la razón, del yo, de lo consciente.
En todo caso, para el inconsciente el control es esa tormenta. ¿Pero seguiremos usando este lenguaje poético?
El inconsciente (¿o sólo existe la conciencia?) no intenta controlar nada, porque no es consciente de nada... simplemente funciona, como todo en la naturaleza. Y funciona equilibrando un complejo sistema de tensiones cruzadas.
Un cambio en el encéfalo (en cualquiera de sus partes) afectará a la conciencia tanto como al funcionamiento inconsciente. Y la conciencia seguirá siendo inconsciente de esos cambios.
¿Por qué ese empeño de considerar el control consciente como un proceso mejor, preferible? ¿No es acaso la razón, el yo, la conciencia, una ilusión emergente de los procesos inconscientes mucho más reales? ¿Realmente es posible ponerle bridas a los procesos inconscientes?
¿Eso crees? ¿Eso quieres? Y lo cees o lo quieres ¿consciente o inconscientemente?
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