Si preguntamos a cualquier persona con
una mediana formación científica sobre quién fue el primero en
proponer la equivalencia entre masa y energía, nos respondería
inmediatamente y sin vacilación que Albert Einstein. Puede que
incluso nos diese la fecha (1905) y hasta la expresión matemática,
E = mc2. Sin embargo, puede que no sea tan
evidente. Y es que Gustave le Bon tuvo una magnífica intuición poco
antes.
Gustave le Bon nació en 1841 en
Nogent-le-Rotrou (Francia) y se doctoró en medicina en 1866 en la
Universidad de París. En la actualidad se le conoce por sus trabajos
en psicología de grupos y en sociología (hay quien le considera uno
de los fundadores de esta disciplina), pero también escribió sobre
astronomía, física y cosmología. Según le Bon el universo
material habría aparecido a partir del éter primordial e
imponderable y terminaría regresando a este estado, en una serie de
ciclos sin fin. Como parte de este concepto incluía la equivalencia
de materia y energía.
En 1896 le Bon anunció que había
descubierto lo que llamó “luz negra”, un nuevo tipo de radiación
invisible que él creía que estaba relacionada posiblemente con los
rayos X y los rayos catódicos pero que era distinta a éstos. Sus
afirmaciones atrajeron la atención de los físicos,
fundamentalmente franceses, muchos de los cuales le dieron su apoyo
en el descubrimiento así como a sus ideas sobre la materia, la
radiación y el éter. Aunque al final la existencia de la “luz
negra” fue descartada (no se pudieron reproducir sus resultados en
condiciones controladas) durante un tiempo permitió que le Bon fuese
una figura importante en la vida intelectual y científica francesa.
En 1903 fue incluso nominado para el Nobel de física. Entre sus
amigos y admiradores se encontraban científicos de primer nivel,
incluyendo el químico Henri Ferdinand-Frédéric Moissan, el
astrónomo Henri Alexandre Deslandres y los matemáticos Charles
Émile Picard y Jules Henri Poincaré. Pero lo que nos interesa ahora
es que en sus escritos sobre la “luz negra” estaba la primera
descripción cualitativa de la equivalencia entre materia y energía.
Le Bon expuso sus ideas más
elaboradamente en “La evolución de la materia” (texto completo
en francés,
en inglés), un libro
publicado, mire usted, en 1905. En él concluía que toda la materia
es inestable y está degenerando, emitiendo constantemente radiación
en forma de rayos X, radioactividad y “luz negra”. Las
características de la materia serían epifenómenos que aparecerían
durante el proceso de transformación en éter, informe e
imponderable, del que había surgido. Según le Bon, la energía y la
materia eran dos aspectos de la misma realidad, diferentes etapas en
el gran proceso evolutivo que en un futuro lejano llevaría al
universo a un estado puramente etéreo.
Su principal argumento para la continua
degradación de la materia en éter era la radioactividad, que él
consideraba que era algo que toda la materia exhibía en mayor o
menor grado. Pero le Bon, llevaba esta idea a sus últimas
consecuencias. Si todos los elementos emiten radiación por la
radiactividad, todos terminarían desapareciendo, por tanto la
materia, en última instancia, no se explicaría en términos
materiales sino etéreos. Paradójicamente, el estudio de la materia
llevaba al inmaterialismo, algo muy bien recibido por determinados
círculos intelectuales del fin de siglo francés.
Le Bon tomó su versión de la
evolución cósmica de la hipótesis nebular de Laplace, pero la
revistió con el lenguaje de la entonces popularísima física del
éter. Y, sin embargo, el éter no era para le Bon el último estadio
final, ya que sugería que este fin del universo sería seguido de un
renacimiento y posterior evolución, y que este proceso cíclico
continuaría eternamente.
Probablemente lo más interesante de su
argumento es que afirmaba que todos los átomos contenían enormes
cantidades de energía que se iría liberando conforme los átomos se
desintegrasen, y que esta energía “intra-atómica”, como él la
llamaba, era la fuente del calor solar y de todas
las otras fuerzas del universo. Incluso empleaba cálculos (elementales) de energía
cinética (
T = mv2/2) para encontrar
órdenes de magnitud de esas energías. Cuando Einstein se hizo
famoso por su demostración de que la masa y la energía eran
equivalentes según
E = mc2 , le Bon reclamó
parte del mérito para él. En 1922 escribió cartas a Einstein
informándole de lo que él consideraba su prioridad en el
descubrimiento de la reciprocidad de la masa y la energía. Ni que
decir tiene que para esta época sus ideas estaban completamente
desfasadas.
Esta entrada es una participación de Experientia docet
en la XLV Edición del Carnaval de la Física que acoge Cuantos y cuerdas.
Gustavo me puso sobre la pista de le Bon en un comentario en esta entrada. Muchas gracias.